SOLO LE PIDO A DIOS
Por Alfredo Tamayo Jaramillo
altamayo@une.net.co
En 1978, luego de dos años de un gobierno militar conocido como Proceso de Reorganización Nacional, una atmósfera de uniformes y sables hacía presagiar un futuro doloroso para la República Argentina. Fue entonces cuando León Gieco lanzó una bella canción en la que pedía a Dios que ni el dolor, ni lo injusto, ni la guerra, ni el engaño, ni el futuro le fueran indiferentes, pues no quería una muerte repentina, una nueva bofetada, el pisotón de un monstruo gigante, el poder de una traición o el exilio hacia una cultura diferente.
Desde entonces en Colombia la canción “Solo le pido a Dios”, bien en su versión original, bien en la versión de Mercedes Sosa, es uno de esos secretos que, según el formato fonográfico de la época, se guarda en mochilas artesanales o es parte de la colección musical de quienes se autoproclaman sensibles sociales; ella ameniza protestas estudiantiles, paros de maestros, manifestaciones sindicales, marchas campesinas, mingas indígenas y huelgas laborales.
Pero, más allá de lo extraño de tal apoderamiento, uno se pregunta por qué quienes en 1978 volvieron un canto personal la canción de Gieco, no elevaron 14 años atrás todas esas súplicas a Dios, cuando una atmósfera de pasamontañas y escopetas hacía presagiar un futuro doloroso para la República de Colombia.
Tampoco es explicable por qué continúan los fanáticos de la canción pidiéndole a Dios lo que ellos no hicieron posible, pues con su silencio y su complacencia se hicieron realidad todas las pesadillas de Gieco, y llegó la reseca muerte dejándonos vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente; la garra que nos había arañado la suerte nos abofeteó la otra mejilla; el monstruo grande pisó fuerte toda la pobre inocencia de la gente; desahuciados quedaron muchos colombianos que tuvieron que marchar a vivir una cultura diferente y unos cuantos olvidaron que un traidor podía más que ellos.
Si se nos prometiera la institucionalización de un tribunal de responsabilidades históricas durante el postconflicto, para enjuiciar a una cantidad de intelectuales, políticos de turno, profesores universitarios y generadores de opinión que con su silencio y sus sonrisas complacientes para con el hermano calavera, permitieron que naciera, se desarrollara y luego se marchitara lo que ellos mismos denominan una guerra de 50 años, habría un buen aliciente para decir “Sí” en una consulta. El país está en mora de censurar la conducta de muchos personajes de la vida colombiana, autodenominados progresistas, en Francia llamados “La Gauche Caviar”, que pasaron agachados y, cínicamente, siguen pidiendo a Dios que la guerra no les sea indiferente.
Como lo que pedimos no se cumplirá, por lo menos quedaríamos satisfechos si, luego de la firma de los pactos de La Habana, aquellos que al parecer nunca pusieron atención a su letra, dejan tranquila, entre muchas otras que sufrieron la misma suerte, a la canción “Solo le pido a Dios”, la liberan de etiquetas proselitistas y no se arrogan más el derecho exclusivo a cantarla.