Columnistas

Solo se ama lo que se conoce

12 de febrero de 2018

Uno de los libros más bellos que he leído se llama El Romance de Leonardo de Dimitri Mehrezhkovsky. Aunque Mehrezhkovsky no recoja dato por dato, ni con precisión histórica la vida de Leonardo, a través de esta biografía novelada el autor, consigue sumergirnos en el alma del genio del Renacimiento. Un hombre que cambió el arte, el mundo, pero que también tuvo una relación ambigua con el poder. Si bien la sensibilidad de Leonardo aportó una reflexión sobre los grandes temas de la humanidad, y abrió la discusión de toda clase de ideas, sus mecenas fueron hombres a todas luces cuestionables por la historia, desde Cesar Borgia, hasta Francisco I de Francia.

Su compromiso con la sabiduría iba más allá de los hombres, incluso de la historia. Por eso es el humanista por excelencia. De allí que el planteamiento de Mehrezhkovsky resulte envolvente y profundo. El autor ruso nos muestra a un Leonardo que vive en el dolor de saber que el mundo nunca comprenderá su genio, incluso siglos más tarde. Que se siente aislado y solo, condenado a entender las verdades que la mayoría de la gente no puede o no quiere entender.

Como florentino, en tiempos de extrema turbulencia política y religiosa, se muestra distante de aquellos pintores que se deben más a su oficio que a algo más grande. Incluso a otros que hoy en día también son considerados genios, como Rafael y Migue Ángel. En este último caso se muestra como el pintor de la Capilla Sixtina no duda en quemar gran parte de su obra empujado por el tormento de los discursos apocalípticos del cura Savonarola, quien por supuesto detesta a Leonardo y lo considera un hereje.

Pero más allá de los planteamientos de la novela, hasta de la hermosa relación ficticia que establece Mehrezhkovsky entre Lisa del Giocondo (La mona Lisa) y el pintor, la parte más profunda es cuando Leonardo le plantea a Zoroastro, su discípulo, que para amar realmente algo hay que conocerlo a profundidad. Este aspecto del amor no sólo tiene que ver con el de pareja, sino con todos los tipos de amor que experimentamos los hombres. Mehrezhkovsky habla sobre todo de la relación que tenemos quienes vivimos en naciones turbulentas con nuestros países. Decimos amar y venerar la tierra en que nacimos. Se supone que es parte de nosotros, que nuestra identidad está ligada a ese sentido de pertenencia, nuestras raíces, nuestra cultura. Vemos el mundo en buena parte como nos enseñan a verlo nuestras familias, pero también todo aquello que nos rodeó en la primera infancia. Los olores, los sabores, incluso los colores, cómo vimos el mundo por primera vez y cómo nos vimos a nosotros mismos. Qué clase de mirada aprendimos. Así es que nos vamos definiendo como personas.

América Latina es un continente joven, que aún no encuentra su lugar en el mundo. Es común hablar con cualquier latinoamericano y sentir un profundo malestar con su país de origen. El que sea. A lo largo y lo ancho sentimos el peso de una conformación extraña. Estamos confundidos entre nuestras raíces indígenas, nuestro pasado colonial, el mestizaje, las guerras. Todo mezclado con el deseo de alcanzar un primer mundo que justo cuando parece estar más cerca se aleja entre la desigualdad, la pobreza, la ignorancia y las tristes actuaciones de una dirigencia política que pocas veces ha tenido visión de futuro y que trata a nuestros países como un escenario o una mina para proyectar y explotar la gloria personal.

Leonardo vio su patria destruida por hombres que no la amaron. Y no la amaron no porque no fueran capaces, sino porque no la conocían. Con ese dolor a cuestas se fue, errante, a expresar a través de su arte aquello que oprimía su corazón. Mehrezhkovsky también vio su país, Rusia, sucumbir ante eventos acaecidos y tolerados por gente sin memoria. El trabajo de levantar nuestros países, de evolucionar hacia sociedades más justas, en las que haya bienestar, trabajo, condiciones dignas para la mayoría no es trabajo de mesías, mucho menos de caudillos. No empieza nada más por las políticas públicas correctas. La construcción de un país no es sólo trabajo de los políticos, es de nosotros los ciudadanos que antes que nada tenemos que amarlo y, como plantea Leonardo, uno no puede amar aquello que no conoce.