Columnistas

Soñamos que vendría una historia

15 de diciembre de 2016

Desde que leí “El cine era mejor que la vida”, que este año cumple 20 de haber ganado el Premio Nacional de Novela de Colcultura, Juan Diego Mejía se convirtió, para mí, en uno de los grandes escritores colombianos. Comencé a seguir sus libros: “Camila Todoslosfuegos”, “El dedo índice de Mao” y “Era lunes cuando cayó del cielo”; de repente, un silencio largo. A veces, cuando limpiaba los libros de mi biblioteca y pasaba por los escritores colombianos, me preguntaba qué habría pasado con él. Anhelaba una señal de vida literaria.

Hasta que llegó el día. Después de ocho años de espera, Juan Diego publicó “Soñamos que vendrían por el mar”, una novela que, a pesar de haberla escrito en menos de un año, según dijo en su presentación en Bogotá, llevaba 35 años pensándola. Y aquí quiero decir algo sin rodeos, esos 35 años de rumiar la historia, los personajes, la estructura, se le notan. Esta novela, y me da una felicidad enorme decirlo, es de una belleza, de una nostalgia y de una inocencia que nunca se irán, al menos eso presiento, porque desde que la terminé, Pável Vlasov, el Rasputín criollo, el protagonista excéntrico que caminaba por Junín con un gabán ruso e imponía cierta autoridad sin tener que decir una sola palabra, ahora hace parte del universo de personajes literarios que me gusta guardar por sus convicciones.

¿Pero quién es ese personaje y qué es lo que pasa en “Soñamos que vendrían por el mar”? El nombre de Pável le viene de “La madre”, de Gorki, de la interpretación que hizo de Pável Vlasov; desde entonces, decidió quedarse con ese nombre porque esa obra lo marcó. El Pável criollo, pensaba en la revolución mientras dibujaba planos y oía a los profesores hablar del espacio en todas las versiones posibles en la Universidad Nacional. Por las noches ensayaba teatro con Jairo Aníbal Niño y así empezó a gustarle el oficio de representar a otros.

La historia avanza de dos maneras. De un lado, la vida de él como estudiante de Arquitectura y su deseo de hacer teatro; de otro, la historia de un joven que quiere hacer parte de la revolución, cree en ella y, por eso, es capaz de convertirse en un combatiente de una revolución que apenas está cuajando y se le apunta a una misión. “Hablábamos de la revolución en abstracto, pero pensábamos en las imágenes de Camilo Torres y de los cubanos. Nos sabíamos de memoria las campañas de Ho Chi Minh, el recorrido de la larga marcha de Mao, nos habíamos bebido como desesperados las jornadas de los bolcheviques, seguimos a Fidel y al Che, lloramos con Allende antes de que sonara el disparo en La Moneda y teníamos todas las esperanzas puestas en Colombia”.

En “Soñamos que vendrían por el mar”, se tejen de manera preciosa la lealtad, la amistad y el amor, pero también el anhelo de unos estudiantes universitarios que alguna vez soñaron con ser campesinos, creyeron que eran dignos de ese momento que les tocó vivir en los 70.