Sueños prestados
El recuerdo más reciente es una fotografía que alguien le tomó dos días antes del suceso. En ella, se ve sentado en su escritorio con una sonrisa a medias y la mirada sin luz. Aquí no hubo necesidad de indagar si “se puso a salvo de los tormentos de la memoria con sahumerios de cianuro de oro” como hizo Jeremiah de Saint–Amour, el personaje que se menciona al comienzo de “El Amor en los Tiempos del Cólera”. Un ventanal que se ve al fondo de la imagen se convirtió en la última etapa del camino, en el umbral de su muerte. Cuando lo encontraron sobre la calle y se enteraron de su partida prematura y escogida, muchos no entendieron qué había pasado. Era un joven exitoso y ejecutivo de empresa, casado con hijos y dueño de aquello que llaman un futuro prometedor.
No estaba enfermo. Sus compañeros y cercanos sí le habían notado un halo de cansancio, un desánimo inusual. En una carta de despedida encontrada, escribió que había logrado todo lo soñado: manejar una camioneta, tener una oficina en el mejor sector de El Poblado y una casa campestre en las afueras de Medellín. Se casó con una mujer hermosa, tuvo dos hijos que estaban en uno de los mejores colegios y pasaba sus vacaciones en el exterior. Semanas después del suceso en una reunión con amigos, su esposa recordó una conversación en la que él dijo: ¿y qué hace uno después de conseguir todo lo que el ambiente le dijo que lograra? Ahora que faltan pocos días para que el mundo judío recuerde la salida de Egipto y a propósito de esto escucho a cercanos decir de qué se sienten esclavos y cuándo se consideran libres, vino a mi memoria esta historia anterior.
En esta Medellín que camino, quiero y a veces duele, conozco personas con sueños prestados: gente que asume deudas imposibles para aparentar, parejas que permanecen con el amor equivocado por temor a la soledad y al qué dirán. Gente que va al trabajo sin entusiasmo, mamás que tuvieron hijos porque era lo esperado y extrañan su libertad. Vecinos que se mudan a aquel sector porque así lo están haciendo sus amigos. Mujeres que pasan por el quirófano varias veces en lugares con riesgo inminente porque creen que así lograrán aquel ascenso en el trabajo o garantizarán que el novio se quede con ellas. En los últimos años, la sección de libros de autoayuda en las librerías aumenta y hay más “coaches” que guían a otros para encontrar la felicidad. Profesores como Tal Ben Shahar o Yuval Noah Hariri se han preguntado por qué en este tiempo donde las condiciones de vida han mejorado con relación al pasado, muchos aún se declaran infelices y cautivos o se comportan con agresividad en las ciudades. Shahar, profesor de Harvard y estudioso del tema, dice que el problema radica en nuestros pensamientos. La satisfacción con la vida es un estado de la mente y de la libertad que nos demos a nosotros mismos para tomar decisiones y actuar a pesar del miedo. Para lograr que no se repitan historias como las del ejecutivo y haya más tranquilidad en Medellín, también se necesitan más espacios donde la gente pueda relacionarse con otros y aprenda a actuar distinto.