Columnistas

Suruç bien vale una guerra

02 de agosto de 2015

Hizo falta una matanza colectiva, un auténtico baño de sangre, para que las autoridades de Ankara decidieran sumarse a la coalición internacional antiterrorista liderada por el presidente Obama. En realidad, Turquía tardó más de once meses en movilizar su poderoso ejército contra las huestes del califa al Baghdadi. Desde el inicio de la ofensiva yihadista en Siria y su extensión a la vecina Irak, los puestos fronterizos turcos sirvieron de “coladero” para los radicales deseosos de sumarse al ejército yihadista, para el tráfico de armas destinadas al Estado Islámico, o el tránsito de petróleo barato comercializado por los cabecillas de la agrupación islamista. Un extraño entramado que reunía a antiguos oficiales del ejército de Saddam Hussein, a financieros saudíes y a príncipes qataríes, dispuestos a sacar el máximo provecho al proyecto del califato árabe. ¿Y Turquía? Ankara se limitaba a dejar hacer a los demás y... capitalizar los beneficios.

Sin embargo, las cosas cambiaron a partir del 20 de julio, tras el mortífero atentado contra un grupo de jóvenes militantes de izquierdas perpetrado en la localidad fronteriza de Suruç, que costó la vida a 32 personas.

Los jóvenes turcos congregados en Suruç pertenecían a la Federación de Asociaciones de Juventudes Socialistas (de corte marxista). Pocas horas después del atentado, el Primer Ministro turco, Ahmet Davotoglu, atribuyó la autoría del acto criminal al Estado Islámico. Y Ankara optó por intervenir en el conflicto.

Mas no se trataba sólo de atacar las posiciones del Estado Islámico, como pretendían los aliados de Washington, sino de extender el operativo bélico a la guerrilla kurda del PKK, enemiga tradicional de Ankara

Al dar por terminado el proceso de paz con la minoría kurda, el presidente Erdogan solicitó al Parlamento que levante la inmunidad de los diputados pertenecientes al Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP), considerado el brazo político del PKK. Cabe preguntarse si el fracaso electoral de la formación política de Erdogan, que va parejo con los éxitos de las milicias kurdas en los combates contra el Estado Islámico, no ha incidido en la decisión de Ankara de... hacer doblete. Conviene señalar que Estados Unidos colabora con los combatientes kurdos desde hace meses, es decir, desde la batalla para la liberación de Kobané. Obviamente, Turquía no vería con buenos ojos la creación de un mini Kurdistán en los confines con Irak y Siria.

A cambio, Ankara propone el establecimiento de una zona segura en la frontera con Siria, un espacio que sirva de santuario para el Frente de la Conquista, coalición supuestamente no yihadista creada el pasado mes de abril por Turquía, Arabia saudita y Qatar. ¿No yihadista? Las mayores bazas de esta agrupación son los batallones islamistas integrados por radicales de Ahrar as Sham (salafista) y el Frente al Nusra (rama siria de Al Qaeda), movimientos que figuran en la lista de organizaciones terroristas elaboraba por el Departamento de Estado.

Otra utilidad de la llamada zona segura, que Washington prefiere denominar zona libre de yihadistas del Estado Islámico, consiste en frenar la sangría de refugiados que buscan asilo en suelo turco. Una iniciativa que la OTAN acoge con... tibieza.

*Centro de Colaboraciones Solidarias