Columnistas

Terra Australis Incognita

14 de enero de 2020

Más allá del Mar visto de los Castellanos, como se conocía en sus albores al Pacífico antes de que el mundo tomara conciencia de la magnitud del descubrimiento español, se encontraba un continente desconocido al que los europeos llamaban Terra Australis Incognita. La actual Australia sigue siendo hoy en día un misterio para la mayoría de nosotros, la hayamos pisado o no, por la inmensidad de su territorio, en el que apenas vive la mitad de población que en Colombia para una superficie mayor que la de toda Europa junta. La vastedad es tal que de Brisbane a Perth o de Canberra a las costas del Índico, atravesando en diagonal los inmensos desiertos centrales los vecinos más próximos están a 400 kilómetros de distancia. Esta escasa densidad de población –tres habitantes por kilómetro cuadrado por los 44 de Colombia o los 93 de España– ha fraguado un carácter especial en el que el amor a la naturaleza, a los grandes bosques, llanuras y mares, ocupa un lugar primordial en la conciencia nacional. Quizá por eso a un buen amigo australiano residente en Londres ya no hay quien lo saque de Europa pues, según me dijo en una ocasión, no podía lidiar con la abrumadora quietud australiana después de haber saltado de Londres a Madrid, Lisboa, Berlín, Roma, París o cualquier otra gran urbe europea llena de historia, de costumbres, lenguas y gastronomía completamente opuestas en apenas una hora de vuelo. La diversidad dinámica contra la solitaria homogeneidad. O como lo describía este buen amigo: la fiesta perpetua contra el aburrimiento aplastante del trabajo a destajo y las barbacoas de fin de semana.

Y hablando de barbacoas, llegamos al punto: los fuegos que están asolando Australia y que se han cobrado la vida de casi una treintena de personas y calcinado una extensión de tierras comparable a Irlanda. Por si fuera poco el desastre, mil millones de animales, entre ellos miles de cabezas de ganado, han perecido por los fuegos y el humo. Todos hemos visto las imágenes de la devastación y lamentamos las consecuencias de los incendios provocados por las inusuales altas temperaturas veraniegas que comenzaron antes de la temporada tórrida y de la pertinaz sequía, que han servido de gasolina ideal para la propagación de las llamas. La situación se ha cebado en el Este del país, donde el Gobierno de Nueva Gales del Sur ha desplegado helicópteros para lanzar más de dos toneladas de zanahorias y boniatos en diferentes puntos para alimentar a marsupiales y demás especies. No en vano Australia tiene una de las tasas más altas de extinción de mamíferos del mundo, pues el 80 % de las especies animales son endémicas, es decir, no se encuentran fuera del país.

La situación es dramática, pero debemos ponerla en perspectiva. Y no con nuestro prisma, sino con el australiano. Evitaremos así caer en el catastrofismo y en la visión apocalíptica del ecologismo radical.

Porque aunque hay 200 detenidos por provocar incendios en los estados de Nueva Galés del Sur, Victoria y Queensland, no es la presión humana la única causante de la tragedia pues, como hemos visto, Australia abarca un continente casi semivacío, con solo 25 millones de habitantes. Además, la superficie quemada es enorme (algo más que Portugal), pero en un país del tamaño de toda Europa. Lo cierto es que los fuegos no afectan, al menos aún, a los bosques primarios más importantes del norte. Los bulos malintencionados circulan como la pólvora, como los de personas abrazando a animales supuestamente salvajes, y hacen un flaco favor a quienes sí amamos la naturaleza, los bosques y la diversidad.