Terror, dolor y venganza
Después del horror viene la rabia y la sed de venganza. La furia arde y muchos más de los que antes vociferaban odio, ahora se suman al grito de sangre y revancha. El tiempo y la razón se pierden: lo único que importa es lograr un golpe: uno que duela, uno que importe. Después del horror, al diablo con la racionalidad. Se acaba cualquier intento por entender: lo único que vale es el desquite. Hay que ser implacables y demostrar severidad.
Esa lógica se ajusta peligrosamente a la perspectiva de cualquiera de las partes involucradas en una campaña de terror: terroristas y antiterroristas. Agresores y damnificados, mártires y víctimas se erigen dependiendo de la perspectiva.
El dolor, la pérdida y el sufrimiento del pueblo francés son alabados por un grupo difuso de creyentes extremos que hoy denominamos Estado Islámico (EI). La gran mayoría de los Estados modernos y los pueblos reprochan las acciones del EI y proponen un golpe ejemplarizante en su contra.
Me sumo al dolor, la rabia y la furia de los parisinos y de los demás ciudadanos del mundo que reprochan el horror generado el 13 de noviembre de 2015. Comprendo su necesidad de desagravio, pero advierto que el próximo paso puede acelerar aún más la espiral de violencia entre las naciones que se dicen civilizadas y un grupo de creyentes extremos que ronda el misterio.
Llegamos a donde llegamos después de doce años de combate a un grupo que se originó en Irak en 2003. Liderado inicialmente por Abu Musab al-Zarqawi, el grupo fue caracterizado como una bandola de mamarrachos y desadaptados que utilizaba la Internet para hacer propaganda y provocar. Al-Zarqawi murió en 2006; pero el grupo continuó creciendo, en contra de predicciones políticas y militares. Sin futuro, encaró y sobrevivió una embestida militar extraordinaria. Hoy, liderado supuestamente por Abu Bakr al-Baghdadi, concentra su poder en el norte de Irak y en Siria, con presencia reportada, entre otros, en Nigeria, Libia, Marruecos y Arabia Saudita. Cobijado por diversas denominaciones –el Ejército Islámico de Irak y el Levante, Monoteísmo y Yihad, Al Qaeda en Irak, y el Consejo Mujahidin Shura– la organización es un misterio. Secreto, enigmático, arcano y oscuro, el EI capta la atención del mundo entero. Mientras la gran mayoría del mundo está sumida en lamento, ese grupo y sus seguidores alaban los recientes actos de guerra y esperan la represalia: saben que vendrá, de ahí derivarán más fuerza para su próximo ataque.
Así se estructura la espiral de violencia: ascendente o descendente, como se quiera concebir, se expande neológicamente.
Doce años de fracasado combate a un grupo que originó burlas de todos los lados nos tienen contra las cuerdas: en parte por arrogancia; en parte por no entender que la espiral de violencia es la que encandila a grupos de este tipo en cruzadas que no conocen los límites de la política.
El EI no busca reconocimiento ni aprobación del público en general; busca adeptos, habla a los suyos, y a seres particulares que han estado dormidos y que no necesitan sino despertar a la necesidad del sumo sacrificio. Esta guerra es anónima y difusa: misteriosa.
La venganza se cosecha de manera dulce y dolorosa; el tiempo se estanca. Este es el horror del terror, tanto en el terrorismo como en el contraterrorismo. Y el dolor sigue....