Tirar
La primera y única vez que me subí a un camión de basura sentí lo que en muchos lugares se conoce como “pena ajena”, es decir, esa vergüenza que tienes ante la acción de un tercero. Por un encargo de mi editora de aquel entonces, pedí al encargado de Empresas Varias que me dejara hacer parte de un recorrido matutino por las calles. Después de aceptada la propuesta, me senté al lado del chófer, un hombre paciente y lleno de amor por Medellín. El sentimiento descrito en las líneas previas fue imposible no tenerlo porque a medida que avanzábamos por los barrios, veíamos a sus compañeros recoger desechos que no deberían estar ahí tirados o en esas condiciones.
Mientras el inevitable olor a podredumbre nos rozaba con sus ráfagas intermitentes, contó cómo era un día común y recordó el hallazgo de algunos objetos menos probables: colchones, teléfonos cubiertos con comida, juguetes con vida por delante, libros, un vestido de novia nuevo y una bolsa que contenía un líquido color malva que le quemó las manos. Dijo haber hallado gatos y peces muertos. También un dedo humano. Aquel hombre agradecía no haberse encontrado un bebé como sí le ocurrió a un compañero.
La vergüenza ajena la sentí ese día y regresa cuando camino por el barrio y veo basura en la calle. ¿Qué pasa por la mente de alguien que tira con desparpajo bolsas de basuras a las quebradas y parques? ¿Por qué algunos no clasifican los desperdicios o incluyen ahí residuos peligrosos para otros?
¿La gente que tira desperdicios a la calle o al agua es consciente que la mayoría de ellos no desaparecen y si no se tratan bien se convertirán en una mole de basura? ¿Es posible comprar menos objetos, usar material biodegradable o donar lo que nos sobra? ¿Quienes no reciclan vieron videos de la isla de basura en el Pacífico Norte? Esta última está conformada en su mayoría por más de cien millones de toneladas de desechos plásticos que se quedaron suspendidos.
En la quebrada La Presidenta, cerca al Hotel Dann y Patio Bonito, en los alrededores del Parque Lleras y en la urbanización Quintas de El Salvador, en la Milagrosa. En el Estadio y en la Avenida Nutibara cerca a algunos restaurantes. En estos lugares la gente arroja basura que es visible después de un evento o en fin de semana. Según un informe publicado por este diario en marzo, cada residente de Medellín genera aproximadamente 0,57 kilos de basura por día, sin incluir a turistas o visitantes. Si multiplicamos esta cifra por el total de habitantes y los días del año, los números preocupan. Aunque el reciclaje se practique más y existan rellenos sanitarios como la Pradera, es hora de pensar qué vamos a hacer para que a nuestra ciudad no la sepulte la basura en el futuro. Después de ver nuestro cielo contaminado, llegó la hora de mirar nuestros suelos.
Posdata: Horas antes de escribir esta columna, mis hijas sacaron de su biblioteca infantil un cuento para leer: ECO S.O.S, un libro de Villegas Editores con textos de María Villegas y Jennie Kent. Cuenta la historia de un osito que recorre el mundo y aprende a cuidar el planeta, se los recomiendo.