Columnistas

Tocar la gloria

13 de agosto de 2016

A veces la vida da dos oportunidades. O incluso tres para que puedas saber qué es la gloria. El martes pasado, la pantalla televisiva mostraba esa piscina rodeada de graderías en el Estado Olímpico Acuático de Río de Janeiro. Después de una competencia reñida, el nadador en el que todos teníamos puestos los ojos tomó la delantera y tocó el muro para indicar la victoria. Ahí estaba de nuevo Michael Phelps, el llamado “Tiburón de Baltimore”, el hombre de 31 años que declararon perdido, el que fue tan criticado porque había decidido competir de nuevo en unas pruebas olímpicas, el niño al que muchos llamaban “raro” y del que se burlaron por tener “orejas grandes”. Al recibir la medalla de oro número 21, se esforzó para contener las lágrimas y no descomponerse. Después del podio lo esperaba otra prueba y necesitaba estar tranquilo.

Después de perder el primer lugar en esa misma competencia de 200 metros en las olimpiadas de Londres de 2012 y luego despedirse de las piscinas, Phelps jugó póker sin tregua, tuvo adicciones, fue motivo de burlas e ingresó a un centro de rehabilitación. Se hundió hasta las profundidades de las aguas turbias. Y de repente, el martes pasado y con un marcador sorprendente, demostró que la vida sí da más oportunidades y las personas podemos tocar la gloria cuando nos esforzamos, tenemos disciplina y amamos con todo el corazón lo que hacemos. Los comentaristas del Canal Fox Sports 3 lo dijeron: “Phelps está demostrando lo que es el éxito: disfrutar lo que hacemos cuando lo hacemos bien”.

Celebrar su victoria es algo que conmueve a algunos hasta las lágrimas porque nada fue fácil para él. Después de que sus padres se divorciaron a los nueve años, quedó bajo el cuidado de su mamá, una profesora que con sueldo limitado y tres hijos a cargo, corría para llevarlos a tres piscinas diferentes, y para cenar algunos días solo ponía pasta sobre la mesa porque no tenía más o se quedaba sin fuerza para cocinar. Cuando Phelps fue diagnosticado con déficit de atención, ella iba tachando en un tablero las labores que Michael debía cumplir en casa antes de llevarlo a nadar y se rodeó de expertos y amigos que la asesoraron. Respetó el criterio de los entrenadores y con disciplina sacó a sus hijos adelante. Después de Londres y de perder el norte, Phelps se reconcilió con su papá, se comprometió con su novia Nicole, tuvo un hijo con ella, se rehabilitó y consiguió libros que lo fortalecieron. Convirtió los “no puedo” en un sí con un plan y le prometió a su entrenador Bob Bowman que solo daría lo mejor y entrenaría con disciplina.

Aunque su anatomía le ha ayudado y creció en un país próspero para el deporte como Estados Unidos, la victoria de Phelps en Río demuestra que los límites son mentales y no hay nada que detenga a un niño apasionado que es apoyado por una mamá, papá o profesor comprometido. Verlo en el podio de la victoria tocando la gloria confirma esa frase que el jinete antioqueño Daniel Bluman dijo este año y antes de su prueba de mañana en Río: “el desafío más grande que tenemos a diario es competir con nosotros mismos”.