Columnistas

Todo depende

22 de octubre de 2015

Me pareció muy gracioso el llamado de atención que el presidente Juan Manuel Santos le hizo esta semana a su ministro de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTic) porque se le cayeron seis llamadas de su celular entre Palacio y el aeropuerto El Dorado. “¿MinTic podremos hacer algo?”, escribió el jefe de Estado en su cuenta de Twitter.

Leo en El Colombiano que un episodio similar ocurrió en 2013, lo que llevó al presidente Santos a reclamar al entonces titular de esta cartera, Diego Molano, para que mejorara el servicio. Aquel llamado de atención llevó a un ajuste en las condiciones del servicio de las empresas de telefonía celular. En el caso actual, la respuesta del ministro David Luna no se hizo esperar y a través de su cuenta de Twitter contestó que ya está tomando medidas para solucionar el problema.

Obviamente detrás de esto hay una estrategia de comunicación, pero lo que a mí me interesa comentar es cómo los cambios en Colombia, en la mayoría de las casos, dependen de quién los ordena. No es tan importante que miles de usuarios sufran todos los días lo mismo y se lo hagan saber a las empresas operadoras, las cosas cambian en realidad cuando la mirada de alguien “poderoso” se posa sobre el problema porque lo afecta.

A raíz de este llamado de atención, seguramente el ministro y las compañías de telecomunicaciones tendrán que duplicar sus esfuerzos para que las cosas mejoren lo antes posible. Es que las llamadas se le cayeron al Presidente, no al trabajador que va en el bus, ¡por favor!

Con esta forma de actuar, se repite ese asunto que me molesta tanto de mi país: las cosas se resuelven dependiendo de quién las ordene y esto se da no solo con las compañías de telecomunicaciones, lo mismo podríamos decir de otros campos que aquí funcionan mal pero como ni el presidente, ni los ministros, senadores o ciertas personas con poder las padecen pues los cambios son lentos, muy lentos. O acaso ¿cuántas horas pasa un senador pegado a un teléfono tratando de pedir una cita médica con un especialista o cuántos de ellos han tenido que poner una tutela para que los atiendan? ¿A cuántos ministros les han dicho que no hay camas disponibles en un hospital y por eso deben esperar tirados en los pasillos? ¿Cuánto tiempo pierde en una fila el Presidente intentando que una compañía prestadora de servicios le resuelva un problema que fue imposible resolver por teléfono porque las llamadas también se caían o se cansó de que le contestara una máquina? ¿O quién de ellos es usuario de ciertos sistemas de transporte realmente caóticos?

Y así podría enumerar otro montón de campos donde las cosas funcionan mal, pero como los “poderosos” no las padecen, pues sencillamente no cambian. ¿Cuándo la queja de un ciudadano común y corriente será tan relevante como la voz de nuestros pequeños reyecitos?.