Tolerancia y humanismo
Erasmo de Rotterdam formuló a finales del renacimiento el ideal humanista, que negaba la guerra como la forma más grosera y violenta de dirimir las contradicciones y que pregonaba la humanización venidera e imparable de la humanidad y el triunfo de la razón clara y justa sobre las pasiones egoístas de los hombres. En los terribles momentos de las guerras religiosas en que las masas enloquecidas tomaron partido y el mundo se dividió entre católicos y protestantes, Norte y Sur, germanos y romanos, Erasmo se rehusó a optar por uno u otro partido. No se puso del lado de la Iglesia católica, ni del lado de la Reforma liderada por Lutero. Se aisló, huyó de la guerra, se escondió para salvar la joya de su espíritu, que es la fe en la humanidad. “Erasmo fue el único de los intelectuales de su generación que permaneció fiel a la humanidad entera como a un único clan” (Zweig).
Y desde allí, superando el terrible huracán del odio de su tiempo, pudo influir en la historia moderna y contemporánea, en todos aquellos intelectuales que pensaron que una tolerancia universal debería imponerse sobre la guerra, las pasiones salvajes y violentas. Erasmo mostró en sus obras el camino a la idea de la humanidad que consiste en que las sociedades deben ir aprendiendo cómo ser más humanas, más espirituales, más comprensivas, más tolerantes. Esta idea la siguieron Montaigne, Spinoza y Voltaire, que combatieron el empequeñecimiento de las mentes que se empeñan en la guerra como único camino de la vida social, y buscaron superar esta encrucijada de la sociedad mediante una tolerancia universal.
Lessing en Nathan el Sabio, recreó la leyenda medieval del anillo para justificar la tolerancia y el pluralismo religioso. Kant propuso el cosmopolitismo, que en su núcleo contiene la tesis que afirma que cada hombre tiene el mismo valor o el mismo derecho a la libertad y la autonomía. El cosmopolitismo asevera que por encima de los Estados, de los partidos, de las religiones, hay unas obligaciones morales que nos debemos unos a otros por el hecho de ser hombres.
El humanismo considera que es una tarea política fundamental dejar atrás el mundo de la experiencia de los hombres dominado por la guerra para transformarlo poco a poco en un mundo ordenado por el derecho, basado en las ciencias y adornado por las artes y la cultura. Hay progreso en la historia, creen los humanistas. No hay guerra justa, dice Erasmo porque no puede asociarse la idea de la guerra con la de la justicia. En esto sigue a Cicerón quien afirmó que una paz injusta es mejor que la guerra más justa.
Una enseñanza importante de este amigo elocuente de la paz para nuestra sociedad —polarizada e intolerante— es que los líderes de los partidos en disputa no deben fortalecer el antagonismo de las opiniones mediante una airada parcialidad, sino que tienen que perseverar en la búsqueda de la justicia, la humanidad y la tolerancia.