Columnistas

Trabajo con sentido y propósito

26 de febrero de 2018

Querido Gabriel.

Un amigo me contó esta semana una historia que evidencia nuestra ambigua relación con el trabajo. Sabes que pienso mucho en esa actividad humana y su sentido más profundo, sus funciones económica, emocional, social y espiritual. Por eso te quiero proponer esta pregunta: ¿Cómo hacemos para disfrutar el trabajo y no sufrirlo?

Imagínate a un joven becario. Escogió un programa de educación técnica que le ayudará a comenzar un camino laboral, mejorar sus ingresos, expandir su mente, viajar, darse pequeñas licencias materiales, y si lo decide, continuar aprendiendo y creciendo.

De pronto, el auxilio de transporte se demora un par de días por cosas de la burocracia. Su reacción es entrar en paro: “como no me pagan, no estudio”. Se castiga a sí mismo creyendo que castiga al Gobierno.

Creo que te he contado lo complicado que es conseguir candidatos para una beca o para un trabajo formal, remunerado justamente. La revista Semana dice que los cafeteros atendieron su cosecha del año pasado con apoyo de recolectores venezolanos porque los locales han perdido interés. Los bananeros tienen dificultades para conseguir empleados y duran poco.

Alguien me diría que el trabajo rural, tan exigente físicamente, espanta a los jóvenes, incluso si tiene un buen salario y condiciones. Sin embargo, algo parecido sucede en otros sectores económicos urbanos. Otro diría que eso sucede sobre todo con los trabajos operativos, pero parece que el problema va más allá.

El Foro Económico Mundial dice que 3 de cada 4 personas en el mundo odian su trabajo ¡parece que en Colombia es aún peor! Aparece la “clase petera”: personas que derivan su sustento de los funcionarios que portan algún chaleco porque forman parte de los programas de asistencia social del Estado. En Antioquia tenemos miles de ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan, porque no ven un camino interesante en las oportunidades que los rodean. No encuentran ni buscan su motivación y su elemento.

¿Qué debería cambiar en el trabajo mismo y cómo podemos transformar nuestra relación con él? Derribemos primero la tradición que lo asimila a un castigo. Luego preguntémonos: ¿Pueden tener más contenido los trabajos simples del campo o la industria y ser una senda para el crecimiento de las personas? ¿Será que en el colegio educamos para la búsqueda de las pasiones o para cumplir unas funciones? ¿Y crees que las empresas entienden que la gente quiere una causa con la que pueda vibrar y no puestos para ocupar?

Es un tema para los empresarios y los profesores que van a tu tertulia. ¿Cómo hacemos para que las personas se hagan cargo de su vida y busquen su propósito con entusiasmo y para tener empresas que sean vehículo para la posibilidad humana?

Tal vez nuestro país pueda aprender de esa bellísima frase que abre la constitución italiana: “...una república democrática fundada en el trabajo” y la mejore. Me sueño esta: Colombia como un país democrático fundado en el trabajo creador, liberador y que engrandece al ser humano.

Se despide, tu contertulio epistolar.