Columnistas

Tratando de entender

23 de mayo de 2021

Mirar a los hijos en este momento de efervescencia social, se hace de forma obligatoria a través de otro cristal. Es verlos como sujetos pensantes de su futuro, con unas inquietudes al respecto que comparten con sus coetáneos. Quienes, por cierto, se expresaron con vehemencia desde que comenzó el paro nacional, unos en las marchas pacíficas y otros en las redes.

Entran a la edad adulta, son adultos jóvenes, una etapa importante en la vida de todos los individuos. Una etapa que representa las apuestas, los desafíos, las dificultades y las esperanzas, que son distintos de una época a otra, especialmente porque con el tiempo, los valores, las técnicas, los conocimientos y los medios materiales y financieros cambian.

Cada generación está marcada por circunstancias particulares positivas o negativas, que afectan de forma importante las perspectivas que se abren para los jóvenes adultos. Es el caso de los llamados “baby boomers”, que se expresaron masivamente en contra de Vietnam. Otro ejemplo es la caída del muro de Berlín que cambió la vida de los jóvenes europeos. En Colombia, los jóvenes de la séptima papeleta, que terminó en la Constitución de 1991.

En esta ocasión, la circunstancia fue la pandemia que provocó una profunda recesión que impactó muy duro a los jóvenes. La juventud es un período de la vida caracterizado por los estudios, después por la entrada al mundo del trabajo, la independencia de los padres y, para muchos, la conformación de una familia. Ese proceso se interrumpió por la pandemia. Los jóvenes estaban en esas e irrumpió la enfermedad.

Eso implica que el paso del adulto joven al adulto se ha retrasado (en realidad es un límite superior flexible). Esta generación no podrá irse pronto de casa o pensar siquiera en comprar una vivienda propia, para la cual se necesita haber trabajado durante ciertos años para adquirir una capacidad financiera. Muchos tuvieron que dejar los estudios, pero no consiguieron un empleo, los que pudieron seguir se enfrentaron al mundo incierto y desangelado de la educación virtual.

Ya había un malestar, pues muchos jóvenes, a pesar de tener mejor formación y todo el entrenamiento posible, hablar varios idiomas y dominar programas de computación, no obtenían un empleo estable o progresar como emprendedores, pero se esforzaban y seguían adelante, con varios oficios. El confinamiento, acabó con muchas posibilidades y sueños.

Hay otros efectos, más macroeconómicos si se quiere. La influencia de la juventud en la sociedad se hace sentir por el efecto de su número y por su importancia en la pirámide de edades. La población colombiana es hoy relativamente menos joven. Esa composición de la demografía trae un problema intergeneracional. Los jóvenes son la base de la pirámide que soporta a los viejos y en términos relativos hay cada vez menos jóvenes.

Colombia se ha envejecido, y para empeorar las cosas, a los jóvenes se les está complicando el ingreso al mercado laboral y, por ende, a la vida adulta. El fenómeno que se está expresando de una juventud sin posibilidades también tendrá repercusiones sobre el tipo de bienes y servicios que se consumirán en el futuro, lo mismo que sobre la oferta y demanda de ahorro. Los sistemas de salud y de pensiones se afectarán. Nos dimos un tiro en un pie