¡TRIUNFÓ LA DIGNIDAD!
Carolina Sanín Paz es filósofa de la Universidad de los Andes, novelista, columnista de varios medios y profesora de altos pergaminos, pues es doctora en literatura española de la Universidad de Yale y tiene un muy importante recorrido internacional; se trata de una persona directa, independiente y librepensadora, por lo cual, cada que puede, cuestiona al establecimiento y desnuda a un país mediocre.
Su pluma enfrenta a colegas de profesión, a la clase política y, con su dedo acusador, señala las corruptelas y diserta, en general, sobre el mundo de la cultura; al cuestionar, por ejemplo, la forma como la trató una conocida cadena radial a raíz de una presentación suya en la feria del libro de 2016, dijo: “qué vergüenza de gente, qué vergüenza este pobre país violento, ligero, mendaz, mío”.
Por ello, ha sido zaherida y discriminada; la última muestra de ello es el “matoneo” causado en su contra por un colectivo autodenominado “Los Chompos”, compuesto por miles de personas de la citada Academia donde, justamente, hasta hace poco ella se desempeñaba como catedrática. Ese grupo –cerrado por Facebook el 18 de enero– que discrimina, maltrata, critica la clase social, el color de la piel, los gustos sexuales de las personas, etc., como suelen hacerlo muchos “niños bien” que se creen “la flor y nata” de este país, publicó una foto burda y sexista en la cual su autor pone las “Cosas que me quiero comer” en 2016: una pizza, unas papas a la francesa con salsa, un tarro de Nutella y la foto de la destacada intelectual.
Y ella, sin pelos en la lengua, se pronunció a través de la misma red social para repetir algunas cosas que ya había dicho, sobre su centro de estudios: “...deploro aquello en lo que se ha convertido. Por mera codicia, admite cada año más estudiantes, y, con la ganancia de las matrículas, apila cada año un nuevo edificio sobre otro, en la misma área”; y, advirtió: “El hacinamiento en el que se vive en la universidad llega a ser grave. Si cada vez se parece más a una cárcel, ¿por qué nos extraña que cada vez críe a más delincuentes?”. Y los desadaptados, como respuesta, publicaron otra foto suya con la mitad de su cara en color negro y un ojo amoratado: ¡amenazan con dañarla en su vida e integridad personal!
A su turno ese ente, que le abrió una actuación disciplinaria reñida con el debido proceso, el 15 de diciembre dio por terminado el contrato de trabajo sin siquiera pronunciarse sobre tan graves y vergonzosos hechos; se adujo una justa causa a la luz del Código Sustantivo del Trabajo para proceder, porque la profesora profirió expresiones “ofensivas e inadecuadas” que afectaron a la Universidad y a algunos de sus miembros.
Y ella le dijo al Rector: “Tenías el poder de despedirme, Pablo Navas, pero no tienes ningún poder sobre mi corazón ni sobre mi alma ni sobre mi inteligencia, ni sobre los de cientos de estudiantes que han tomado clase conmigo y ninguna clase contigo, salvo por esta clase sobre el dinero y el poderío que les diste hoy”. Y, agregó: “Hay colombianas que no se venden nunca. Yo soy una de millones”.
Luego, asesorada por jóvenes profesionales del Derecho, instauró una acción de tutela ante el Juzgado Primero Penal Municipal de Bogotá que el 16 de enero ordenó, en primera instancia, su reintegro por encontrar vulnerados sus derechos fundamentales. No obstante, el día 20 ella presentó su carta de renuncia, porque “continuar en Los Andes significaría someterme a trabajar sin seguridad, sin libertad y con mi dignidad vulnerada”.
En estas condiciones, pues, ha triunfado el decoro de una letrada mientras la casa de estudios preserva a los intocables y sacrifica a quienes, en ese mundo, no tienen derecho a pensar libremente porque son diferentes; esos que toda sociedad civilizada debería siempre aupar, proteger y respaldar.