Trump intenta viejos trucos con A.L.
Por CHRISTOPHER SABATINI
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Finalmente tenemos una idea de la estrategia del presidente Donald Trump para América Latina.
Este mes, el asesor de seguridad nacional, John Bolton, dio lo que se anunció como un importante discurso político sobre la política de América Latina centrado en apretar los tornillos a los autócratas de izquierda en Cuba, Nicaragua y Venezuela. En las semanas que siguieron, la Casa Blanca impuso sanciones a empresas estatales en Cuba y a los funcionarios públicos en Venezuela y Nicaragua.
Bolton no habló sobre México, donde el populista de izquierda Andrés Manuel López Obrador se posesionará como presidente el primero de diciembre. Tenía muy poco que decir sobre la mayoría de los otros países principales de la región y, en cambio, insistió en castigar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, a quienes llamó la “troika de la tiranía”, “el triángulo del terror” y “los tres secuaces” del socialismo.
Esta visión maniquea, una nueva versión equivocada de las políticas de la Guerra Fría de Ronald Reagan, amenaza con polarizar la región. Si bien las medidas punitivas contra los regímenes en estos tres países pueden estar atrasadas, esta estrategia ignora, ante el peligro de Washington, las preocupaciones internas de los líderes electos en las democracias de América Latina. Y ya vemos señales preocupantes de que, al perseguir este enfoque estrecho sobre los autócratas de izquierda, la administración Trump está aceptando a los líderes populistas de extrema derecha.
Exprimir a los dictadores regionales simplemente no es una prioridad para los líderes elegidos democráticamente en América Latina. Y no debería serlo.
Las encuestas de opinión pública muestran que los latinoamericanos se preocupan principalmente por las oportunidades económicas, la corrupción, la seguridad y la inmigración, ninguno de los temas fue abordado por Bolton. Ignorar las preocupaciones de los ciudadanos significará desviar la posibilidad de asociaciones a largo plazo entre Washington y los países de la región, y sacrificar el apoyo potencial por los derechos humanos y la democracia.
La parte más problemática del enfoque emergente de Trump en América Latina es su aparente aceptación del populista presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro. Durante su campaña, Bolsonaro, un ex capitán del ejército, criticó los derechos humanos y a los negros e indígenas brasileños, a las mujeres y a la comunidad LGBT, al tiempo que abogaba por la violencia y expresó su apoyo a la antigua dictadura militar del país.
A pesar de estas señales de advertencia antidemocráticas, Bolton llamó a Bolsonaro un líder “de ideas afines” en su discurso. Y Bolton va a visitar al presidente electo esta semana para discutir cómo apretar los tornillos sobre el régimen cubano.
No es la primera vez que Trump muestra una preferencia por la ideología por encima de la política razonada. El gobierno ha apoyado tácitamente al presidente de extrema derecha de Guatemala, Jimmy Morales, quien se encuentra en un enfrentamiento con una comisión de las Naciones Unidas que está investigando las acusaciones de corrupción en su contra.
Aliarse con gobiernos de extrema derecha que tienen posturas perturbadoras en cuanto a derechos humanos menosprecia la autoridad moral de Estados Unidos para denunciar los abusos de otros gobiernos.
Trump debería mostrar a los latinoamericanos que Washington quiere hacer algo más que aumentar la presión sobre los gobiernos autocráticos de izquierda.