Columnistas

Trump, oscuridad para la Casa Blanca

24 de julio de 2016

Quienes viven en Estados Unidos y llegaron allí de distintos países del mundo, para emprender el paciente proyecto de una nueva vida, con cambios culturales, sociales, políticos y económicos que exigen una asimilación paciente, sienten indignación y temor frente al creciente respaldo que gana el discurso “antiinmigracionista” del candidato republicano Donald Trump entre grupos de pobladores que se sienten los herederos de una “pureza racial norteamericana” inexistente.

Tal vez los únicos portadores de alguna genética originaria sean los aborígenes, arrasados por las sucesivas conquistas, colonizaciones y guerras de exploradores ingleses, franceses y españoles. Si hay algo que caracterice a Estados Unidos son las eternas hibridaciones de su población: con asiáticos, con africanos, e incluso con oleadas de europeos del Este y de mestizos de todo Centro y Suramérica que siempre han encontrado allí algún lugar para que recalen sus sueños de superación y prosperidad.

Ahora se levantan las voces xenófobas de los “nuca rojas” (rednecks), esos estadounidenses colorados que guardan los fenotipos más blancos, los más emparentados con las sangres anglosajonas, que se molestan frente a la diversidad de un país hecho con la fuerza de la inmigración. ¿Qué habitante puede decir en E.U. que es más o menos “puro”?

Es un discurso de rechazo y segregación que sirve para despertar pasiones y odios en un país que ha sabido construirse desde el aporte invaluable de cada recién llegado a una nación capaz de afianzar, con inteligencia política y solidez constitucional, la que es una virtud de su herencia: la integración de comunidades tan polifacéticas.

Pero Trump mezcla, con estratégica mezquindad de candidato -que no de estadista- las diferencias y conflictos propios de la diversidad racial con aquellos que se originan hoy en la mentalidad terrorista, brutal y ciega de los militantes del yihadismo y su versión desdibujada del islamismo radical, que ve infieles para exterminar en todos lados.

Así construye Trump un discurso y un ambiente agitados por el miedo, capaces de sumar el resentimiento y el odio de quienes se creen “americanos puros”, que no son más que quienes llegaron en el primer tiempo, en el capítulo fundacional de la historia de E.U.

Es lamentable que una nación que tiene por patrimonio la belleza de sus incesantes mezclas raciales y culturales, con su territorio variopinto y sus urbes alimentadas por sangres de todo el planeta, caiga en la trampa de un discurso que quiere confundir la necesidad del control migratorio y del combate al terrorismo, con el desprecio por la riqueza étnica y social del ser humano en aquella tierra. Vaya desgracia sería que Donald Trump llegue a oscurecer la Casa Blanca.