Trump y Maduro vs. la “prensa enemiga”
Donald Trump apenas lleva un mes y medio en el gobierno. Nicolás Maduro cumple cuatro años en el poder en abril próximo. Ambos tienen claro cuál es su enemigo número uno: la prensa. Los periodistas y medios reputados. The New York Times, CNN, Washington Post y El País, por ejemplo.
El heredero de Chávez retuitea a su copartidario Roberto Malaver: “Los EEUU parecen destinados por sus medios de comunicación a plagar a América y el mundo de mentiras en nombre de la libertad de expresión”.
El magnate, que parece no estar en buena condición mental, condena: “Los medios de noticias falsas (failing @nytimes, @NBCNews, @ABC, @CBS, @CNN) no son mis enemigos, ¡son los enemigos de la gente de América!”.
Los extremos se juntan. Acusan a los periodistas de inventar una realidad desastrosa, la de Venezuela, o los condenan por no reproducir las verdades incipientes y a medias (la postverdad) del presidente de los Estados Unidos.
Estamos ante dos outsiders singulares, únicos: uno pasó de conducir autobús a manejar un país que se bañaba en petróleo y ahora se revuelve en la mugre de sus necesidades. Y el otro saltó de las miserias de sus maltratos y extravagancias palaciegas a tener en sus manos el botón nuclear que puede pulverizar la paz y la supervivencia planetarias.
Rebuznan ocurrencias:
“Llevemos la verdad de Venezuela en cada red social”, le dice Maduro a un pueblo que se muere de hambre y desabastecimiento.
Trump advierte a sus seguidores que “los medios falsos no están felices”.
¿Acaso puede celebrar la humanidad a dos fanfarrones con llaves y mando en el mismo hemisferio? Gobernantes y profetas del insulto y la convulsión que desfiguran la inteligencia y las ideas de libertadores y pioneros como Simón Bolívar y Thomas Jefferson.
A propósito, decía Jefferson: “Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”.
Pero a Maduro y Trump no los embarga el deseo, el propósito de liderar e informar a los ciudadanos con el filtro de los periodistas y de los medios. Tampoco de los críticos y académicos. Quieren una verdad unánime, unívoca, excluyente, edulcorada. La suya. La oficial. La de las ejecutorias y anuncios inflados del poder, con chequeras prestadas de contribuyentes abusados.
Molesta que la sociedad tenga otros interlocutores y mensajeros de cuanto ocurre. Esa fortuna de verdad e independencia, capaz de contrastar y controvertir las órdenes de dictadores y turiferarios, que aún guarda la prensa.