Trump y su pólvora mojada
El miedo a Trump es el miedo a la historia. No al futuro, es pavor por el pretérito. Trump no es Trump, es lo que evoca, lo que recuerda.
El candidato es la suma de las restas humanas. Lo que se ha logrado a punta de pensamiento, dialéctica, investigación, todo eso se perderá. En cambio las infamias vendrán juntas. Volverán a oler los hornos.
El hombre no descenderá del simio, el hombre no será naturaleza sino imposición del más astuto sobre las bestias que desde siempre prepararon la tierra para la llegada de la inteligencia.
Los ricos heredarán a Dios. Serán señalados, desde generaciones antes de su nacimiento, para ampliar las alambradas de las tierras antepasadas. Los pobres, en cambio, tendrán que agachar cabeza eternamente y pedir perdón por su inferior clase.
Eso será el reinado de Trump. Si desde sus cohetes espaciales los astronautas dicen no haber visto fronteras, este presidente elevará muros que dejen en claro cómo el Río Grande taja a la humanidad entre afortunados e infortunio.
Igual que en las noches incendiadas del Ku Klux Klan, habrá supremacía, agudos capuchones blancos, cómodas cadenas para convencer a los tiznados. El país y el mundo pensarán que aquellos atuendos son liturgia de obispos reeditados.
Trump es heraldo de desembarcos de marines, de drones con la puntería en la yema de los dedos para demostrar quién es el “Number one”.
No extraña que este Donald tenga nombre de caricatura gringa. Tampoco que, en lugar del insulso palmípedo que no tuvo hijos sino sobrinos, sea más bien el tío rico Mc Pato.
Con él volverán las dictaduras militares, los portaviones nucleares, los submarinos del desierto, los vaqueros del Oeste, los pieles rojas desollados.
Las películas a caballo ilustrarán de nuevo acerca de la manera decente de conquistar territorios, escupir sobre las viudas, asaltar las diligencias del oro, ser el sheriff con la estrella mundial en la solapa.
Este es el pasado en tecnicolor que se asoma ante los ojos pasmados de los habitantes del tercer milenio. El país más poderoso del mundo se anquilosó en glorias de pólvora mojada. Sus mayorías, analfabetas del espíritu, tienen hoy representante del siglo XIX.
Trump no está solo. En todo el planeta aguardan sus homólogos sedientos. Confían en noviembre para proclamar el triunfo orbital de la tradición, la fuerza y la propiedad.