Columnistas

Twitter y la ira

18 de julio de 2017

¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Cuál es el proceso mental que lleva a un gobernante, en ejercicio o en retiro, a utilizar Twitter para derramar su rabia? ¿Cómo es ese tránsito del sentimiento de furia, la acción irreflexiva y la publicación sin filtro de frases que desatan un infierno? ¿Quién los asesora? ¿Se dejan asesorar?

En Twitter -pantalla del matoneo- transitan más estúpidos que sabios y desplazarse por sus líneas es un ejercicio agotador, aunque cabría esperar más altura cuando los trinos salen de sujetos que gobiernan o han gobernado. Sin embargo, dos ejemplos nos refutan: uno extranjero y otro local.

En EE.UU. Donald Trump convirtió su cuenta en un megáfono de machismo y xenofobia. Extraviado por las responsabilidades de su cargo es capaz de insultar a una presentadora de televisión o de acusar a Obama de un espionaje inexistente. Tuitea él mismo, según reconoce, y en medio de su ira suelta incoherencias como el ya clásico “covfefe”.

De la cosecha local tenemos al expresidente Álvaro Uribe. Sus trinos son una mezcla extraña de información reciclada y ataques a opositores. Siempre polémico, el pasado sábado traspasó la línea cuando llamó “violador de niños” al columnista Daniel Samper Ospina. Después, y ante las críticas incesantes, defendió su postura con recovecos lingüísticos innecesarios e infantiles.

Samper Ospina es un columnista satírico que gana aplausos con chistes fáciles. Es previsible y coquetea con lo escatológico. Como el payaso entrometido de la piñata o el trovador incómodo de la fiesta empresarial. Ha dicho, decenas de veces, que sus escritos son caricaturas que desfiguran y deforman la realidad. Si excede la libre expresión con el escudo de la burla debería ser la ley y no un expresidente quien le ponga freno.

Uribe se equivocó y lo sabe, pero resulta todavía más indignante que se aferre a su error y responda con más ataques, como un escolar, asegurando que ofende porque lo ofenden, que calumnia porque lo calumnian. Que fue el otro el que empezó. Disminuye la dignidad de su cargo y da vía libre para el odio a seguidores que solo esperan su guiño para actuar. Es imprudente y pendenciero.

En Colombia necesitamos darle altura al debate político. Es responsabilidad de aquellos que se adjudican la vocería de un pensamiento que enfríen sus cabezas, que dejen de producir chispas porque estamos sentados en un polvorín.