UN ÁNGEL LLAMADO LUCÍA
Una de mis amigas de la vida acaba de cumplir noventa años. Y no pienso presentarla como una heroína, pero celebrar su vida se me hace un chaparrón de agua fresca en medio de una semana tan caliente, y tan caótica, como la que acabamos de vivir.
El mundo ha cambiado mucho desde que Lucía nació, en 1929. En su línea del tiempo aparecen eventos de gran importancia histórica, regional y mundial: La gran recesión financiera que frenó el comercio internacional, la inauguración del túnel de La Quiebra, que conectó el ferrocarril de Medellín hasta Puerto Berrío, antes de que la desidia política lo dejara morir. La despedida a las mulas y la bienvenida al transporte motorizado gracias a la construcción de carreteras nacionales. Y especialmente los derechos ganados por las mujeres: El de manejar su propio patrimonio, hasta entonces administrado frecuentemente de manera abusiva por los maridos; el derecho a obtener títulos universitarios; a votar y ser elegidas para cargos públicos, además de la aparición de la píldora anticonceptiva, que les dio el control de su sexualidad y de su cuerpo. Aunque desde lejos, vivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial; la muerte de Gaitán y el recrudecimiento de la violencia política en todo el país y que aún padecemos, pese a los intentos de paz que se han hecho. Le tocó la consolidación del narcotráfico en Colombia, pero también el impulso a la educación y a la investigación en las universidades en las décadas de los ochenta y noventa. En lo que va del siglo XXI ha visto la globalización del mundo gracias a la tecnología.
Durante la primera mitad del siglo XX en su pueblo natal estudió la primaria y, sin más posibilidades, se graduó para la vida. Después llegaron el amor, el matrimonio, sus dos hijos, la viudez y sus dos nietos. Pero el corazón, muy grande para su figura menudita, le alcanzaba para más: Desde hace más de cinco décadas dedica su tiempo, su energía y su liderazgo natural a ayudar al asilo San Pedro Apóstol, de Ciudad Bolívar.
Lucía se apellida Ángel, y le calza a la perfección. No solo es defensora de los pobres, de los necesitados y de los incomprendidos, sino que tiene una nobleza que debería ser contagiosa. Con la espalda un poco arqueada por el peso de los años, “ahora ya camina lento, como perdonando el viento...”, pero siguen firmes su altruismo y su sentido del humor, a veces sarcástico, pero siempre oportuno. Y eso es lo bonito: Que a pesar de tantos almanaques repartidos en dos siglos, de los dolores del cuerpo y a veces del alma, su chispa, su alegría y sus ganas de ayudar siguen como antaño.
Gracias a ella, nuestra presidenta noventona que dirige la batuta, en nuestro costurero logramos recaudar unos dinerales que ya se quisieran en el grupo Aval. Bueno... no tanto, pero sí suficientes para brindarles a los ancianos condiciones dignas en el otoño de sus vidas.
¡Por más lucías en el mundo, dispuestas a ayudar a quienes lo precisen! .