Columnistas

UN AÑO DE VIAJES

01 de enero de 2018

Los libros siempre me han acompañado. Desde que tengo uso de razón andan por ahí. Es una costumbre heredada de mi papá, lector incansable, que poseía una colección muy completa. Yo creo en el libro que llega en el momento oportuno, cuando uno lo necesita. Ese libro que espera pacientemente tu encuentro. Siempre que voy a la biblioteca que dejó mi viejo, que aún está en nuestra casa, hallo algo que me captura en esa inmensa variedad de temas que le importaban. Me pasa que algunos libros que en el pasado no me llamaban la atención por alguna razón se acomodan en mis manos y sus letras empiezan a sorprenderme. Creo en esa magia o en ese destino ineludible que me llevarán a un feliz encuentro entre texto y lector agradecido. Libros que he ojeado alguna vez, años más tarde me tropiezo nuevamente con ellos y son ahí sí una verdadera revelación, moviendo engranajes insospechados en mi interior. Ese era nuestro momento, ni antes ni después. Con Chejov, Tolstoi y Dostoyevski me pasó eso. ¿Coincidencialmente rusos?

Los libros son un viaje en todos los sentidos. Un viaje sobre las ideas, un viaje en la historia, un viaje al interior de uno mismo, un viaje a culturas, un viaje estético, un viaje sobre el lenguaje, un viaje artístico, en fin. Para cerrar este año, cuando usualmente reflexionamos sobre lo que hicimos, quiero compartir los viajes por diferentes lugares del mundo y en diferentes épocas, que realicé este año. Me lleva el deseo de compartir mi felicidad por esos viajes emprendidos y un agradecimiento profundo a sus autores.

Comencé el año con un viaje alucinante por varios países de la mano de Roberto Bolaño. “2666” es una novela descomunal que me llevó por Europa, recalando en el norte de México. De allí, “El Progreso del Amor”, de Alice Munro, me paseó por Canadá, entre pueblos pequeños y granjas, descubriendo pequeños detalles extraordinarios en la vida de la gente común. Luego caí envuelto en un doloroso estupor en la comuna nororiental de nuestra Medellín acompañado de Gilmer Mesa y “La Cuadra”. Di un gran salto hacia el País Vasco y lo absurdo de la violencia nacionalista con Fernando Aramburu y “Patria”. John Banville me paseó por Londres y Cambridge con “El intocable”, dejándome en manos de una obra perfecta, enorme, deslumbrante, llamada “Anna Karenina”, donde Tolstoi me paseó en tren entre Moscú y San Petersburgo en el siglo XIX. Corrí después a Londres, pero esta vez con Charles Dickens y su “Oliver Twist”. Me recibió luego el otro Banville, Benjamin Black, en Los Ángeles de “La Rubia de Ojos Negros”. Entre uno y otro viaje, estuve tomando vacaciones en muchas ocasiones, como un par de veces con Agatha Christie e inclusive visité Tokio con Murakami y su “After Dark”. Insípida la ida a Japón. Todo sin moverme de mi apartamento.

Señalo sólo lugares, países, ciudades. Los viajes de vértigo fueron sobre los pensamientos. Ya estoy sobrevolando la biblioteca de mi papá nuevamente para los viajes que emprenderé el próximo año. Por ahora hay dos fijos: Las Ilusiones Perdidas de Balzac y Guerra y Paz de Tolstoi.