Columnistas

UN ENCUENTRO TRANSFORMADOR

30 de octubre de 2016

Los publicanos o recaudadores públicos de los impuestos del imperio romano solían enriquecerse con las tajadas que sacaban a costa de los contribuyentes. Por eso eran rechazados como pecadores, especialmente por los fariseos, que se consideraban superiores a los demás. En contraposición a esta mentalidad farisaica, la actitud de Jesús hacia el publicano Zaqueo no es de rechazo, sino de invitación a un encuentro transformador con Él. (Lucas 19, 1-10).

Jesús dirige amablemente su mirada a Zaqueo para proponerle que lo invite a su casa; también a nosotros el Señor nos mira y nos propone que le abramos un espacio en nuestra vida. La conversión de Zaqueo se manifiesta en su disposición a reparar el mal que ha hecho; también de nosotros espera el Señor una actitud similar al ser acogidos por su misericordia, y este es precisamente el sentido de la “penitencia” en el sacramento de la reconciliación. Aunque ya Jesucristo con su sacrificio redentor hizo posible nuestra reconciliación con Dios, es imprescindible nuestra disposición a reparar el mal que hayamos causado, en la medida de nuestras posibilidades.

En el Salmo 144 leemos: “El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor, es bueno con todos”. Esta actitud compasiva de Dios, que se manifestó personalmente en Jesús, no implica una complicidad con el pecado, sino una invitación a la conversión. Tal es el sentido de lo que dice el libro de la Sabiduría: “Tú haces que reconozcan sus faltas, para que, apartándose del mal, crean en Ti, Señor” (12,2).

En su segunda carta a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, Pablo invita a sus destinatarios a no dejarse asustar por falsas revelaciones fatalistas (2ª Tesalonicenses 1,11; 2,2). Es una invitación, también para todos nosotros, a mirar el futuro con optimismo y con una esperanza activa, trabajando por la construcción de un mundo mejor en el que se vaya haciendo realidad lo que Jesús nos enseñó con la frase “venga a nosotros tu Reino”: un reino de justicia, de amor y de paz que solo será posible gracias al poder de Dios, pero también con nuestra colaboración, si nos disponemos a que el Señor venga a nuestra existencia y la transforme en una vida nueva.