Un hogar para el trabajo
Querido Gabriel,
Me hacía falta la oficina y la vida en 4D que esta nos ofrece, con las tres dimensiones del espacio y la calidez de la presencia humana. Extrañaba las reuniones con tablero, mirando a los ojos, moviendo las manos, caminando. Casi había olvidado que, cuando uno habla, es posible ver los gestos y los ojos de los otros y usarlos como espejos y guías. Aunque debemos reconocer que fue un privilegio que algunos hayamos podido trabajar desde casa, cuidando a la familia y aportando a la menor dispersión del virus pandémico, no podemos ocultar, tampoco, que el trabajo remoto ha sido un factor de desequilibrio emocional y familiar para muchísimas personas. Está por evaluar, además, lo que hemos perdido las empresas en humanidad y creatividad con esta separación. ¿Conversamos de la historia de la oficina moderna, las preguntas que surgen, las formas que emergen y la necesidad del reencuentro?
Quizás estemos, en buena hora, ante la muerte del cubículo. Las oficinas son espacios provenientes de un mundo desaparecido, anteriores al boom de las telecomunicaciones, al pesado tráfico urbano, al costo desbordado de los arriendos, a los computadores portátiles, al correo electrónico y al teléfono inteligente. Tal vez por esto muchos de nuestros espacios de trabajo tienen, con su paisaje cuadriculado, cierto aire de planta industrial, con pantallas que ocupan el lugar que antes dominaban los telares y los tornos. Este, definitivamente, no parece ser el futuro.
“Dime dónde trabajas y te diré quién eres”, dice, por otro lado, Gianpiero Petriglieri, profesor de Insead en su artículo “Elogio de la oficina”. Los edificios empresariales se convirtieron, para millones de personas en el mundo, en el lugar donde sucede la vida, o una buena parte, al menos. Las mejores oficinas nos ofrecen la posibilidad de conectar a nivel humano, facilitan el encuentro casual, el aprendizaje, la amistad, el intercambio de ideas y ayudan a construir identidad. Quizás este impulso de socializar sea la causa del auge de los espacios de coworking en las grandes ciudades del mundo.
“Mi memoria es más frágil con el trabajo remoto”, me dijo un colega. No está solo, parece que necesitamos tener un contexto espacial y sensorial para fijar nuestros recuerdos. Si todo sucede en la misma pantalla sosa, incolora e inodora, la memoria comienza a fallar. También se nos escapa la atención y las conversaciones importantes se tornan superficiales o se entorpecen. La tentación de apagar la cámara, ver el chat, hacer otra cosa o entrar a dos reuniones al tiempo es, a veces, irresistible. “La oficina nos mantiene cuerdos”, escribió Lucy Kellaway para el Financial Times.
Más que discutir si volvemos o no, nuestras preguntas deberían girar alrededor de cómo hacerlo. Promovamos la vacunación de nuestros equipos, fomentemos el uso de máscaras y los aforos controlados, pensemos para qué sirven y para qué no sirven las oficinas. Volvamos, sobre todo, para esas conversaciones que no admiten la frialdad y la distancia de una videollamada. Retornemos, en primer lugar, para fortalecer las relaciones, sin ellas no hay trabajo y tampoco humanidad. Te sugiero, además, que regresemos a la oficina cuando se trate de crear colectivamente, en talleres, ejercicios de estrategia o diseño de nuevos servicios y productos. Con esta propuesta podemos provocar nuestra tertulia. Volveríamos a la oficina dejando atrás, para bien y para siempre, la impersonal herencia de la era industrial, trayendo a la empresa dos de los más antiguos y queridos espacios para el encuentro y el trabajo: la plaza pública y el taller del artesano. Así, quizás, logremos tener, de nuevo, un hogar para el trabajo
* Director de Comfama