UN PAÍS DIFERENTE
Ya lo he dicho en varias columnas: hay un afán permanente en Colombia por solucionar todo a punta de normas y regulaciones. La mayoría de los caminos propuestos pasan por una andanada de leyes que pretenden restructuraciones y nuevas reglas de juego que por arte de magia cambiarán el país. Todo eso es aparente. Nada cambiará si no nos decidimos a actuar correctamente.
Porque ¿para qué nos vamos a engañar? Hecha la ley, hecha la trampa. El gran problema es que hemos dejado que la cultura de la ilegalidad presente en nuestra sociedad se apodere del Estado. Los torcidos en el poder. Todo se transa sin el menor rubor. Esa es la propuesta que se instaló hace rato en la relación entre sociedad y Estado.
Por razones de trabajo me he enfrentado en muchas ocasiones y en diversos temas a pensar en leyes, ordenanzas, acuerdos, decretos, que hagan funcionar las cosas en nuestra sociedad. Leyendo con cuidado el acervo legal, advirtiendo que no soy abogado, generalmente llego a la misma conclusión: No es necesario sacar tantas leyes para hacer funcionar las cosas. Lo que se necesita es voluntad, ética y principios. Y un Estado que los promueva como factor determinante.
El Estado está capturado. Entonces lo que sí deberíamos tener, y es completamente necesario, es un país dispuesto y unido. Dispuesto a reconocer en la ilegalidad y la corrupción un mal mayor y unido para cambiar esta situación. Sinceramente no creo que necesitemos muchas clases de ética para identificar qué está bien o mal, sino decidirnos a actuar colectivamente con principios. La dificultad mayor es que somos un país fragmentado, individualista, que no encuentra un terreno común donde quepamos todos, que ve con desánimo cómo se realizan los más descarados asaltos a los recursos públicos y se va acomodando, generando a su vez comportamientos similares. Y todo eso nos lleva a la apatía, indiferencia y repetición que no nos deja avanzar. Cada quién por su lado tratando de sacar su tajada, buscando para los suyos.
Corroborado por la literatura en gobernanza y consolidación de procesos sostenibles en democracia, la principal herramienta para realizar cambios sociales profundos es involucrar, convencer y canalizar la energía de las personas hacia un objetivo. Así es como funcionan las sociedades que avanzan, las que logran niveles adecuados de desarrollo para todos sus habitantes, las que superan sus dificultades. Necesitamos unirnos, con ganas y voluntad. Hay que convencernos de que la ética y los principios deben ser el terreno común y actuar en consecuencia. El todo vale y los intereses individuales sobre los colectivos deben desaparecer.
Así es que debemos empezar a solucionar los retos del país. Por muchas propuestas que se tengan, si no actuamos con transparencia todo será inútil. No hay duda que el actual gobierno equivocó el camino. Ha sido un factor más de polarización y de actuaciones contrarias a los principios éticos. Nos dejará un país con los niveles más bajos de moralidad pública. Necesitamos liderazgos transparentes que unan y convoquen en lugar de fragmentar, dividir y transar. Promoviendo la ética y la transparencia desde el Estado mismo es como empezamos a cambiar el país.