Un viejo barí, desde el Museo de Memoria
En una de las pantallas que ruedan en la muestra del Museo de Memoria Histórica aletea un anciano indígena barí de cuya mirada aterrada el espectador no puede sustraerse. Su cara no tiene arrugas, tiene surcos hondos de aspecto prehistórico. Habla sin camisa, sus brazos son remos o alas.
Tampoco importa lo que diga, su figura es su palabra. Algo demasiado grave trajo la guerra a su pueblo del Catatumbo. Con su estampa puede uno quedarse en el resto del recorrido laberíntico y anticipado de un museo que apenas es un vasto lote pavimentado, con una valla que lo anuncia. El hombre selvático lo dice todo.
En vista de que todavía no hay edificio, se hizo esta réplica adelantada, por donde transitaron los visitantes de la Feria del Libro de Bogotá. El museo quedará en la calle 26, ruta al aeropuerto, metros arriba de la Universidad Nacional. La muestra de la Feria, que se cierra hoy, circulará en seguida por Medellín y otras capitales.
Se llama “Voces para transformar a Colombia” y es una galería en madera clara de pino, distribuida en rombos sucesivos que ponen en escena la matanza que es Colombia. Cada cubículo es un despliegue de imaginación, color, artesanía, dibujo y diseño.
Cuenta sobre individuos y comunidades, sobre ríos y mares, sobre campos y ciudades, sobre cuerpos expulsados o cercenados. Están la Comuna 13, Buenaventura, el Club del Nogal, el Magdalena Medio, el Atrato, Urabá, Soacha, Putumayo, la Sierra Nevada. Se inmiscuye en zonas cuyos nombres no se conocerían si no hubiera habido guerra.
El serpenteo por tantos testimonios, desperdigados por esta ruta del mal, puede producir aturdimiento. Una rampa curva y temblorosa hacia el segundo piso recuerda las inclinaciones del piso del Museo Judío en Berlín, trazadas a conciencia para producir mareo. El cerebro transeúnte acusa el impacto de las guerras.
No todo es horror. Hay análisis: “La guerra es intencionada y responde a intereses... No es azarosa ni irracional y no solo compromete a los actores armados sino a quienes la auspician y se benefician de ella”, sentencia el catálogo.
Hay también esperanza. Los módulos culminan en reflexión, preguntas que se formulan los asistentes anudados de la mano en círculo. El propósito común es “¿Cómo hacemos las paces?” Cada cual sale de la travesía con un pesar anclado, similar al desasosiego del barí de pliegos prehistóricos.