Columnistas

UNA LARGA CONVERSACIÓN

09 de octubre de 2017

Esta semana fui a El Carmen de Viboral a celebrar los 80 años de vida del poeta José Manuel Arango. No a conmemorar su muerte. Los dos hablamos de eso cuando agonizaba en una clínica de Medellín hace 15 años. Él me dijo que pensaba que ya no volveríamos a vernos. Yo le dije que los hombres como él no morían, y le recordé unos versos de Emily Dickinson que dicen:

Incapaces de morir son los que aman / pues el amor transforma la vida en eternidad.

Mientras hablaba con sus lectores, sentí una vez más que a medida que pasan los años José Manuel y su obra están cada vez más vivos.

Que lo diga la gente que lo lee no solo en Colombia sino en los países del mundo donde sus poemas han sido publicados y traducidos. Que lo digan sus editores: la Universidad de Antioquia publicó este año “En mi flor me he escondido”, una hermosa y cuidada edición bilingüe con los poemas de Emily Dickinson que él tradujo. El Instituto de Cultura de El Carmen también publicó su “Obra selecta”, una muestra de poesía, prosa y traducciones suyas. En 2013, el Instituto Caro y Cuervo incluyó su obra completa en su prestigiosa colección de autores clásicos de la literatura colombiana.

José Manuel nació en El Carmen de Viboral en 1937. Era el hijo mayor de una familia de siete hermanos formada por Clímaco, un empleado de los Correos Nacionales, y Teresa, una campesina del oriente de Antioquia. Allí empezó a leer los escritores clásicos en la biblioteca de su tío Jesús Arango, quien era maestro y tenía en su casa la más grande biblioteca del pueblo. Acabó el bachillerato en Medellín, y después se fue a estudiar filosofía en la Universidad Pedagógica Nacional, en Tunja. Cuando se graduó, empezó a trabajar en la Universidad del Cauca, en Popayán. En 1963 regresó a Tunja a enseñar filosofía en la misma universidad donde se había graduado. Allí se casó con Clara Leguizamón en 1964 y nacieron sus dos primeros hijos. En 1968 volvió a Medellín a trabajar como profesor en la Facultad de Ciencias y Humanidades de la Universidad de Antioquia. Esta lo envió a Estados Unidos a estudiar una maestría en literatura y filosofía en la Universidad de West Virginia, donde enseñó español para costearse los estudios.

Eran los años de la guerra de Vietnam, pero también un tiempo en que la poesía norteamericana florecía bajo el influjo luminoso de Ezra Pound, William Carlos Williams, Wallace Stevens y otros poetas de la llamada escuela neoimaginista. Muchos de ellos se habían formado leyendo y traduciendo a grandes poetas españoles e hispanoamericanos como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo y Pablo Neruda. Para José Manuel, ese fue un diálogo enriquecedor.

Después de su regreso a Colombia, continuó trabajando en la Universidad de Antioquia. Allí lo conocí un poco antes de que publicara su primer libro de poemas, “Este lugar de la noche”, en 1973. Ese mismo año participó en la fundación de la revista de poesía “Acuarimántima”. En esa época, nadie imaginaba que ese profesor de filosofía del lenguaje y lógica simbólica iba a convertirse en uno de los más grandes poetas colombianos.

En 1978 publicó “Signos”. Luego aparecieron “Cantiga”, en 1987, y “Montañas”, en 1995. Cuando murió, en 2002, fue publicado “La tierra de nadie del sueño”, su libro póstumo.

De regreso de El Carmen, recordé un poema de José Manuel que dice:

Cada noche converso con mi padre / Después de su muerte / nos hemos hecho amigos.

Entonces pensé que yo no estaba equivocado cuando hablaba con él la última noche. Después de su muerte, con él, a mí me ha pasado lo mismo.