Columnistas

Una mirada propia

29 de enero de 2018

Una de las experiencias que más detesto es ir a probarme ropa en un probador. No es sólo la flojera de quitarme todo para ponerme los prospectos a comprar, además del reducido espacio, la sensación de que me están viendo, sino que generalmente los probadores están hechos de forma tal que tienes tus defectos ahí, delante de ti, maximizados como con una lupa, a una cortísima distancia. Muchas veces salgo con el ánimo por el piso, y no necesariamente es que la ropa se me vea mal, sino que es algo más profundo.

Crecí en una casa con cinco mujeres y de toda la vida lo que he escuchado es cómo definimos nuestros cuerpos y los describimos de la forma más vil, como si nos odiáramos, literalmente. Odio mis rodillas, mis muslos, mis brazos, mis caderas demasiado anchas, mi nariz, mis ojos, yo quisiera tener los senos de fulana o el abdomen la otra. Y así.

No sé de dónde nos viene esta inconformidad. De cuál parte de nosotros nace, pero he conocido muy pocas mujeres, por no decir que ninguna que no haya batallado en algún momento con su cuerpo.

Yo luché durante años con ese estándar. Cuando tenía veinticinco años sufrí de anorexia. Llegué a pesar menos de 43 kilos, casi once kilos por debajo de mi peso normal, y lo que en ese momento para mí era normal, realmente terminó siendo un túnel muy oscuro de depresión del que me costó muchísimo salir. Las mujeres queremos liberarnos, pero esa liberación es una que sobrepasa la igualdad. Las mujeres somos despiadadas, a veces con otras mujeres, pero sobre todo con nosotras mismas. Es quizás un tema de cómo nos educan, para ser mamás, esposas, para dar de nosotras, para cumplir con todos los roles que queremos asumir, pero es escasa la mujer que realmente está convencida de que es con ella con quien tiene que cumplir, que la persona a la que se debe y a la que tiene que llegar a ser es ella misma.

Gorda, flaca, alta, baja, caderona o narizona, al final del día lo que importa es cómo nos sentimos en nuestra piel, cómo nos vemos, pero por dentro, como seres humanos. Soy firme creyente en que la belleza es algo que se irradia, en que al final el alma de la gente tiene un impacto en su físico. Sé que hay muchas de acuerdo conmigo, pero aún así seguiremos sometiéndonos al duro juicio que lapida nuestra autoestima porque no somos iguales a los anuncios de las revistas o porque alguien hizo un comentario sobre nuestra talla. La libertad viene del corazón primero, y la mujer será libre cuando ella sepa definirse a sí misma.