UNA MUJER DE FUEGO
La Universidad Nacional recibió esta semana un legado muy particular: un archivo personal de miles de páginas con la historia de la búsqueda de Luis Fernando Lalinde, un estudiante desaparecido hace 34 años en el suroeste de Antioquia, en medio de la guerra. También, una réplica de un sirirí, ese pájaro que defiende sus crías atacando aves rapaces más grandes, como los gavilanes.
El archivo es una colección de agendas, recortes de prensa, fotografías y otros documentos recogidos a lo largo de 30 años por la madre del estudiante: Fabiola Lalinde, una mujer de 81 años de edad que dedicó el resto de su vida a buscarlo. Una mujer de fuego.
Luis Fernando era un estudiante de sociología que trabajaba en la reinserción del Ejército Popular de Liberación. Él viajó el 2 de octubre de 1984 al municipio de Jardín para tratar de auxiliar a un guerrillero herido en un combate con el Ejército.
“Él se fue hasta la vereda Verdún” recuerda Fabiola. “A las 5 y media de la mañana del 3 de octubre, un encapuchado lo colgó en una pesebrera. Luego lo amarraron a un árbol al frente de una escuela, cuando los niños estaban entrando. La gente lo vio muy golpeado. Aseguran que los soldados le pegaban patadas. A las 6 de la tarde lo montaron en un camión del Ejército. De ahí en adelante, los militares aseguraron que había un NN alias Jacinto, del que primero dijeron que había muerto en combate y luego que había sido dado de baja por intento de fuga”.
Con la ayuda de los campesinos y organizaciones defensoras de los derechos humanos, Fabiola se empeñó en encontrar su cadáver. Durante ocho años presentó denuncias ante la justicia penal militar, la justicia ordinaria y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Su lucha no fue fácil. Fue perseguida y encarcelada, acusada de ser terrorista y trabajar con los guerrilleros en el tráfico de drogas.
En la cárcel, de repente le vino a la mente un recuerdo de infancia. De boca de su padre, había escuchado el refrán que dice que todo gavilán tiene su sirirí. Le recordó que hasta los más fuertes tienen a alguien que puede enfrentarlos. Entonces pensó: “¡Esperen y verán! Ahora sí van a saber quién es Fabiola Lalinde y esto se va a llamar Operación Sirirí. Voy a buscar a mi hijo toda la vida, aunque no lo encuentre”.
Después de la cárcel, en abril de 1992, cavando con sus propias manos, encontró los primeros restos en la misma vereda. Logró identificarlos por algunas de sus prendas. Buscaron y buscaron, pero no encontraron el cráneo. El juez militar se negó a continuar. Sin embargo, ella insistió. Logró que la búsqueda se reanudara. Los peritos judiciales dedujeron que por la ley de la gravedad, el cráneo debería estar en la parte baja de la montaña. Ella insistió en que deberían seguir buscando montaña arriba. “¡Cuándo van a entender que aquí en Colombia las leyes de la impunidad van incluso contra la ley de la gravedad!”, les dijo. Siguieron buscando hasta que encontraron el cráneo en las raíces del árbol más alto de la montaña.
Luego fue necesario demostrar que esos restos eran los de Luis Fernando. Fueron necesarios varios estudios científicos. El último fue del laboratorio de genética de la Universidad de California. Su trabajo demoró dos años. En 1996, Fabiola por fin recibió del Ejército 69 huesos en una caja de cartón y pudo sepultarlos. Esta fue la primera ejecución extrajudicial por la que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA condenó al Estado colombiano.
“El archivo de un sirirí tiene que seguir siendo incómodo en un país injusto y violento como el nuestro”, dijo Fabiola al entregar el archivo.