Columnistas

Uniones felices

02 de mayo de 2021

Por Lina María Múnera G.

muneralina66@gmail.com

Esta historia va de cómo una relación que parecía imposible y que siempre generaba enfrentamientos, se ha convertido en objeto de estudio y ejemplo a seguir en el mercado internacional. Y tiene un final tan feliz que parece que fuera una película hollywoodense con moraleja incluida. Sin embargo, es un hecho real y comprobado. Sus protagonistas son la industria, el gobierno, los consumidores y las ONG que durante años se enfrentaron por defender sus propios intereses en el corazón de la inmensa selva amazónica brasileña. Juntos han conseguido un equilibrio entre la explotación agraria y el respeto al medio ambiente.

Hasta el 2006, el cultivo de soya en esta región era una de las causas principales de la deforestación. Ese año se firmó un compromiso entre todas las partes llamado la Moratoria de la Soya, mediante el cual todos se comprometieron a no comprar grano de tierras ilegalmente taladas, trabajadas con mano de obra esclavizada o conseguida amenazando tierras indígenas.

Pasados 15 años, Brasil es hoy el primer país productor de soya en el mundo. Pese a que la producción ha aumentado de forma exponencial (380 mil kilómetros cuadrados de tierra cultivada), la deforestación por el cultivo de este grano no supera el 1 por ciento, y en cambio se ha desarrollado una industria pujante. Esta realidad se puede vivir ahora gracias a la exigencia de la gente, preocupada por conocer el origen de lo que consume, al trabajo de una nueva generación de agricultores formados en universidades y con una alta sensibilidad medioambiental y al compromiso constante de todas las partes para que la moratoria se cumpla en cada uno de sus puntos.

Durante casi 5.000 años los humanos han comido semillas de soya. Hoy, entre el 70 y el 90 por ciento de su producción se dedica a la alimentación de animales. Frente a la realidad de la demanda de carne por parte de países como China, Brasil supo encontrar un balance y generar ingresos sin destruir su entorno. Esto no borra los otros problemas que tiene la Amazonía, que en muchos aspectos, como canta Maná, es una selva en agonía, pero sí demuestra lo que el trabajo fruto de la unión en pos de un objetivo común puede conseguir. Y aquí juega un papel clave la educación, tanto la del consumidor como la de los productores. Esta experiencia brasileña ha demostrado que podemos superar el ansia depredadora y explotar nuestros recursos de manera responsable y ética, para conseguir a la vez beneficios materiales que permitan llevar una vida digna viviendo del campo. Confiemos en que siempre haya esperanza para la especie humana.