UNO VA RIENDO O BARRIENDO
Se llama María, a secas. Y se apellida López. Hasta hace unos días, lo admito con mucha vergüenza, era una desconocida más para mí, a pesar de que dos veces por semana, muy sí señora, se pasea por mi acera, escoba en mano, y la deja tan limpia como si me fuera a visitar Francisco, Federico, la reina de Inglaterra, o qué sé yo.
Medellín es una de las ciudades más limpias del país, aunque a veces algún montículo de basura mal ubicado nos haga pensar lo contrario. Sin embargo, los ciudadanos pocas veces nos percatamos de esto y mucho menos de que hay personas, como María, tesas y pujantes, que realizan esta labor desagradecida hasta más no poder.
El de los escobitas es un trabajo que transforma, aunque para la inmensa mayoría sea invisible. Hace dos semanas, veinticuatro indigentes asumieron un reto. Después de vivir en el asfalto por muchos años y pasar por un proceso de resocialización, “hoy vuelven a la calle, pero con trabajo”: barrer las calles, una actividad que los dignifica, los vincula a una empresa con todas las garantías de ley y les da la oportunidad de retomar el camino que siempre parecía haber estado demarcado por un círculo vicioso, literalmente, sin posibilidades de llegar a ninguna parte.
Hoy lucen con orgullo el uniforme de Emvarias, la escoba y la caneca donde depositan las basuras que nosotros, maleducados hasta que ya, arrojamos a la calle.
De lo más gratificante ha sido ver la actitud tan positiva con la que algunos asumen esta oportunidad. Uno de ellos decía en una entrevista: “Es el mejor trabajo, porque como su nombre lo indica uno va... riendo”, y soltó la carcajada. Va riendo. O barriendo, para el caso da igual.
Haciendo un poco de historia patria, recuerdo que en 1996 el alcalde de la ciudad Sergio Naranjo Pérez, asesorado por el consejero para la paz en Medellín Jaime Jaramillo Panesso, propuso lo que creo fue el primer proceso de reinserción de los muchachos de los barrios de la ciudad que estaban metidos en actividades de microtráfico y violencia, heredadas de Pablo Escobar. Dio instrucciones a todos los secretarios y gerentes de las entidades municipales para que definieran cuántos de esos muchachos podrían recibir en ellas para darles empleo digno.
Así se hizo. Y las respuestas fueron muy positivas, en especial con los combos del barrio Antioquia y Santa Cruz. En encuentros públicos para felicitar a los chicos por su voluntad de dejar los combos y hacer un trabajo legal, uno de aquellos muchachos que era el terror de la zona, tomó el micrófono y contó lo difícil que fue para él, al principio, coger la escoba y salir a barrer con ella las mismas calles por donde él antes caminaba con un changón. “Una de las cosas en que pensaba era en las muchachas que antes me miraban con cierto respeto —así lo sentía yo—, ¿qué irían a pensar de mí cuando no me vieran con el arma sino con una escoba?”.
Han pasado veinte años desde entonces y hoy me pregunto qué será de su vida. Cierro los ojos y con María, la de apellido López, hago un brindis con malta por aquel, por ella y por el que hoy va riendo. O barriendo. ¡A su salud, señores escobitas!.