“Ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse”
Por Hermann Rodríguez O., S.J.
herosj@hotmail.com
En alguna parte leí la historia de un joven que se quejaba siempre porque su mamá le daba más comida a sus hermanos y nunca estaba satisfecho con lo que le servían a él en el plato. La mamá trataba de ser muy justa en la repartición de las porciones, pero, por alguna razón desconocida, el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le sirvieran menos. La señora decidió un día dejarle una doble ración en la cena de ese día, de manera que el joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el joven ese día llegó tarde a cenar y todos comieron antes de que él llegara. Al momento de recibir su ración doble, que le habían guardado, la expresión del muchacho por poco hace desmayar a la mamá: Si esto me dieron a mí, ¡cómo le habrán dado a los demás!
Los seres humanos sufrimos de una especie de insatisfacción crónica. Vivimos aquejados por lo que algunos llaman el síndrome de las más verdes praderas; es decir, cuando salimos de paseo al campo, miramos a nuestro alrededor y nos parece que el sitio en el que estamos no cumple nuestras expectativas como para sentarnos a comer; en cambio, la ladera del frente se ve más despejada y el pasto parece de un verdor especial... de modo que caminamos hasta allá pero cuando llegamos, volvemos la mirada atrás y nos parece que donde estábamos no había tanta boñiga ni tanto chamizo como en el nuevo sitio y, entonces, volvemos sobre nuestros pasos o seguimos buscando... Lo cierto es que, cansados de caminar, terminamos sentados en cualquier parte, convencidos, eso sí, de que estamos en el peor de los sitios que visitamos... La felicidad no parece ser algo alcanzable en esta vida mortal; la realización plena como que no existe en este mundo de sinsabores permanentes.
Jesús percibe que la comida que recibieron muchos de sus oyentes los había llenado, pero no los había saciado, estrictamente hablando. Una cosa es tener lleno el estómago y otra muy distinta sentir saciado el corazón... “Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les dé vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”. Sólo entonces, sus oyentes piden ese pan que Él les promete: “Señor, danos siempre ese pan”. En la medida en que creamos en las palabras de Jesús, sabremos de la auténtica satisfacción que nos ofrece: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed”, ni andaremos, como el joven del principio, lamentándonos porque nos tocó menos que a los demás