VALDÉRAMA
Hace poco mi hermano mayor publicaba un comentario en Facebook que iba más o menos así: un periodista brasileño contaba que una de sus estrategias para reportear en zonas hostiles, como el Medio Oriente, era enfundarse la camiseta de fútbol de su país y salir a la calle. Era un método infalible para establecer contacto con los locales. Esa camiseta derrotaba barreras, superaba obstáculos, arrancaba sonrisas, tendía puentes e invitaba a una conversación amable. Lograba conexión a través de la universal camaradería que genera el deporte.
Mi hermano experimentó algo parecido en Londres donde vive hace casi dos décadas. Fue con la camiseta de la selección a trabajar y un vigilante inglés, que había visto antes pero con el que no había cruzado palabra, al verlo en ella se le acercó y entabló conversación: esa es la camiseta de la selección Colombia, ¿cierto?, ¿Cuándo juega de nuevo?, ¿Dónde la puedo ver? A partir de allí me imagino que la relación entre ambos ha sido distinta.
Algún día estaba yo de mochilero en el norte de Laos. Me dirigía en una especie de motorratón a unas cascadas. Allí es costumbre ayudar gratuitamente a los monjes y aprendices de monje. Se les da comida, se les transporta. Un joven de un monasterio nos pidió un aventón. Se montó al vehículo. Me preguntó de dónde era. “Colombia” le dije. “¿Colombia? ¡Valdérama!”, afirmó. ¿Qué me dice este ser envuelto en una túnica color mostaza?, pensé. “¿Valdérama?”, pregunté. “Yes, Valdérama, Football”, respondió. Terminé entrando a un monasterio budista y conocí de cerca la vida cotidiana de estos aprendices y algo de su cultura gracias a ¡Valdérama! (en la ausencia de una erre y con acento en la é). Y eso que era una época sin redes sociales.
Si bien estos ejemplos son alrededor del fútbol, deporte que convoca multitudes, la labor de todos nuestros deportistas logra un inusitado conocimiento e impacto reivindicativo de nuestra sociedad ante el mundo. Derrumban muros, crean simpatías, destruyen estereotipos. Su trabajo y esfuerzo hacen esto para todos los colombianos. Dentro de esta dinámica, hay un hecho sobresaliente y es que por venir de una sociedad en desarrollo como la nuestra, a medio camino si se compara con los países más avanzados, estas simpatías tienen un matiz diferente, son generadoras de una sentimiento diferente, casi de hermandad y solidaridad. Se descubre que es posible llegar a ser de élite sin importar de dónde se venga, de cuán adversos hayan sido nuestros orígenes. El milagro de reconocernos como iguales. Lo que pasa con Rigo, Nairo, Yuberjen, Caterine, Sofía o Mariana no tenemos con que pagarlo.
Nunca vamos a tener con que agradecerles. Por eso y por todo lo que genera el deporte en una sociedad, el gobierno nacional debe hacer un esfuerzo por no reducir los recursos asignados para el próximo año. Se sabe que el país va a tener que apretarse en todos los frentes, pero hay que apoyar decididamente toda esa capacidad que tiene Colombia. Y queda siempre la desazón del despilfarro vía corrupción, desidia, improvisación y falta de rigor que se paga de esta forma, recortando los recursos para el talento.