Columnistas

Vamos al grano

29 de julio de 2016

Sobre el escritorio de mi padre, en distintas responsabilidades de la administración pública, siempre estuvo un pequeño tabloide, que aún conservamos en casa, con una advertencia de sólo tres palabras: “Vamos al grano”.

Ese principio de ir a lo importante y preciso debería ser el modo natural de nuestros políticos. Ahora que tenemos el privilegio o el infortunio de escuchar y observar a los congresistas en las sesiones transmitidas por la TV, nos damos cuenta de todo el teatro, la inútil y rebuscada retórica que surge alrededor de cualquier exposición, y de cuántaredundancia se toman para llegar a lo que podría ser tres frases. En algunos momentos adquieren aires poéticos, seguramente para, a través de ese recurso literario, inducir a la aceptación de sus argumentos.

Cuánto habría servido ese “Vamos al grano” para puntualizar tantas urgencias de cambios estructurales y episodios claves de nuestra historia; entre otros, las recientes conversaciones en La Habana. No estuvimos en la Mesa de Negociaciones, pero nos parece ver, tanto a los representantes de las Farc como a los delegados del Gobierno, repitiendo, una tras otra, las mismas argumentaciones y arengas, pudiendo llegar en un año a acuerdos que les tomaron cuatro. Estamos viviendo el momento más coyuntural y de mayor trascendencia en la historia de Colombia por muchas décadas. El buen puerto para ese proceso está precisamente en las posibilidades de ajustarse a esa máxima, “Vamos al grano”. Alguien que respeto mucho ha dicho que tomará varias generaciones llegar a la paz. Esa percepción está a la medida de nuestro paso en las decisiones administrativas, y de nuestra flaca voluntad para crear consensos.

Nuestro sistema judicial está colapsado, y es ineficaz. También se debe a que las palabras, los argumentos, la documentación, incluso, el recurso de quienes podrían aportar claridad en los procesos están envueltos en nebulosos propósitos. Cualquier caso, y más cuando se trata de alguien de peso en la política o en la economía del país, se convierte en los despachos judiciales en objeto de arrumes de expedientes incontrolables que no llegan a ninguna parte.

Se volvió paisaje que nuestra legislación esté inundada de los que hemos llamado “micos”, que no son otra cosa que triquiñuelas que logran introducir, tanto los políticos corruptos como los grandes monopolios empresariales, para garantizar la continuidad de sus privilegios, de forma tal que en la promulgación de las leyes no quepa el detrimento de sus poderosos ingresos.

Con el acatamiento de la consigna “Vamos al grano”, nuestra Carta Magna no tendría 382 artículos, aclarados o confundidos con 67 disposiciones transitorias, parágrafos definitivos y provisionales, incisos, notas y remisiones a otras leyes y normas. Con ese faro, las conversaciones durante el paro camionero no habrían requerido 46 días, ni se habría producido el desastre económico que finalmente se registró. “Vamos al grano” invita a lo objetivo, importante y puntual, a lo que puede iluminar una posible solución. “Vamos al grano” desnuda los argumentos de retórica fofa, y pone sobre la mesa palabras y aportaciones pertinentes.

En los años setenta leí en el Crepúsculo de los ídolos, de Nietzsche, una frase que me llamó la atención: “Mi ambición es decir en diez frases lo que otro dice y no dice en un libro”. Esa pretensión va en consonancia con lo que caracteriza el estilo de la escritura del pensador prusiano, y sus exégetas llaman la escritura fragmentaria y aforística. En nuestro argot popular hay un dicho referido, de forma puntual, a la culinaria, pero que puede ajustarse a esta aspiración en los distintos formatos de comunicación: “Lo bueno, si poco, dos veces bueno”.