VEN ESPÍRITU SANTO
Pentecostés es la plenitud y la madurez de la Pascua, es decir, el Señor Resucitado da a su comunidad el don del Espíritu, que como antes había resucitado a Jesús de entre los muertos, ahora despierta y llena de vida a su comunidad y la empuja con singular valentía. El Espíritu actúa así: llena por dentro y lanza hacia fuera: “se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar”.
El Espíritu, alma de la Iglesia, sigue enriqueciéndola con sus dones. El Espíritu de la vida sigue haciendo brotar y florecer tantas comunidades cristianas y movimientos, y renovando a la Iglesia en tantos aspectos. El Espíritu de la verdad ha iluminado a su Iglesia para renovar su teología. El Espíritu inspira nuestra oración, enseñándonos a decir “Padre” y mejorando la oración litúrgica y personal. El Espíritu de amor es el que suscita y sostiene tantos ejemplos de amor, sacrificio y compromiso de los cristianos en favor de la justicia y la paz. El Espíritu de la unidad es el que, dentro del pluralismo ahora más evidente, inspira continuamente un deseo más serio de unidad ecuménica e interna.
El Espíritu sigue vivificando a la Iglesia e inspira a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que buscan el reino. Por eso la Iglesia es cada vez más Pentecostés y carismática, animada también por la presencia de la Virgen Madre, la más llena del Espíritu Santo. Hoy es un día para reafirmar nuestra fe: “Creo en el Espíritu Santo”.
¡Hoy es un día para decir! ¡VEN ESPÍRITU SANTO! Para que nos comuniques el gusto por las cosas de Dios, a las que cada día les encontramos menos sabor (Don de Sabiduría). Para que nos des un conocimiento más profundo de las verdades de nuestra fe (Don de Entendimiento). Para que nos enseñes a darles a las cosas terrenas su verdadero valor de medio y no de fines (Don de Ciencia). Para que nos ayudes a resolver con criterios cristianos los pequeños o grandes conflictos de nuestra vida diaria (Don de Consejo). Para que aprendamos a relacionarnos con Dios como verdadero Padre Nuestro y sepamos amarlo y confiar en Él como verdaderos hijos (Don de Piedad). Para que nos impulses a huir de cualquier cosa que pueda ofender a Dios por ser Él quien es (Don de Temor de Dios). Para que despiertes en nosotros la audacia que nos impulse al apostolado con entusiasmo y podamos superar el miedo a meternos en líos por defender los derechos de Dios y de los demás (Don de Fortaleza). ¡Y! ¡LLÉNANOS DE TUS DONES!.