Columnistas

Verdad y justicia en medio de la muerte

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10 de diciembre de 2018

Todo indica que estamos condenados a realizar la búsqueda de la verdad y la justicia en medio de la guerra y la muerte. Exóticamente la crítica de que perseguíamos la justicia transicional sin transición se volvió un mantra y un destino. En vez de conducir a hacer un alto en el camino y establecer garantías, la consigna nos ha llevado a perseguir un rumbo salvaje de manera desaforada, como una especie de adicción.

Lo que era crítica se tornó en una extraña obsesión: hacemos verdad y justicia en medio de la violencia. Por alguna loca razón, eso enorgullece a algunos.

La búsqueda de verdad y justicia no es un camino pacífico, ni exento de sobresaltos y resistencias. No lo ha sido en ninguna parte del mundo, y no podíamos esperar que lo fuera en Colombia. Pero una cosa es aceptar que habrá oposición, y otra es aceptar y avanzar bajo la convicción de que el recorrido de la política oficial de búsqueda de verdad y justicia se hará en medio de la muerte. Como si fuera fatalidad, descendemos por un camino marcado por la violencia.

Revestidos por la buena voluntad de querer hacer algo en este país que se desbarata, quienes ejecutan o acompañan las políticas de verdad y justicia observan que la violencia persiste. Notan que la continuidad de la guerra y la manifestación de dinámicas de violencia organizada constituyen un reto para la implementación de los mecanismos de justicia transicional.

El problema es que el reto no es latente ni abstracto, sino actual y devastador. No es un riesgo, es un peligro que se manifiesta con fuerza destructiva. La muerte no solo merodea sino que golpea, día tras día. La amenaza no es casual sino ordenada e inquebrantable. La violencia condiciona la libertad de pensamiento y de expresión, y marca toda la actividad social de las personas. La violencia silencia, paraliza y anula.

Algo anda muy mal cuando las premisas básicas se olvidan y tercamente nos arrojamos a un camino torcido y trágico. Las condiciones para implementar políticas de verdad y justicia no tienen que ser perfectas; de hecho, nunca lo son. Si esperáramos al momento perfecto, probablemente nunca se desataría un proceso significativo de verdad y justicia. Sin embargo, una cosa es sentarnos a esperar las condiciones perfectas, otra es avanzar por un laberinto mortífero sin garantías.

Uno de los supuestos básicos para la puesta en marcha de un proceso social de búsqueda de verdad y justicia es que la muerte no condicione los procesos sociales de reivindicación. Si se tratara de amenazas ocasionales, estas podrían ser confrontadas de manera institucional y sobrepasadas. Sin embargo, albergar procesos sociales en medio de regímenes de violencia coercitiva, en los que el miedo se utiliza como forma de control social, no es sostenible.

Bajo las condiciones actuales es necesario que repensemos cuáles son los caminos que queremos recorrer. No estamos jugando a comprobar que la terquedad o la necedad pueden lograr milagros en condiciones adversas; está en juego la vida de personas y el bienestar de las comunidades que han sido golpeadas y siguen bajo el acecho de la muerte.

En las condiciones actuales, la política pública de verdad y justicia es inviable. No se necesitan condiciones perfectas, sólo garantías básicas para que la gente pueda hablar sin que la maten.