Versión a lo paisa del Coloquio de los Perros
La gente de Medellín resiste y aguanta y se crece en medio de las adversidades, por vocación ancestral, sobre todo cuando percibe el desmantelamiento de la ciudad, programado en estrategia torticera desde algún lugar de la galaxia. Es una gente que está construyendo todos los días a pesar de las dificultades. Se planta para evitar el descaecimiento de costumbres y modos de vida, lugares identificativos, servicios públicos que nunca fallaban y hasta amenazas de que algún día sobrevenga el desastre de que la luz titile.
Esta gente que resiste, aguanta y se crece vive en plan de edificar, de innovar e inventar y de cultivar hasta cosas pequeñas y elementales. Un ejemplo sencillísimo pero encantador es la reunión vespertina de viernes y sábados de unas dos docenas de perros amistosos que acuden a retozar, a conversar en su propio lenguaje y a jugar hasta con brusquedad infantil, en el punto de encuentro de una típica tienda de barrio, la de Edwin y Vanessa, situada en apacible unidad residencial del Occidente del Valle del Aburrá, calificada por una revista extranjera como uno de los mejores vivideros del mundo.
Cipión, descendiente literario legítimo del personaje cervantino en el Coloquio de los Perros, está pasando vacaciones en Medellín. Dejó por unas semanas su hábitat quindiano y manifiesta en todos sus gestos, ademanes, miradas y ladridos que se siente feliz en la capital de la montaña. Más todavía, en los fines de semana, cuando empieza a jalar y acosar para que lo llevemos a las sesiones nada ordinarias de su cofradía perruna, a sólo media cuadra de la casa.
Al pie de la tienda hay una plazoleta en la cual Cipión saluda con alborozo a sus contertulios Lucas, Lula, Tabaco, Apolo, Minie, Vincent, Dexter, Tango, Zoé, Elius y Tedra. Son alegres, joviales, fidelísimos a sus amos y, claro, traviesos hasta el colmo. Seguro comparten anécdotas, historias y hasta quejas, así como se disputan el derecho a calmar la sed en la vasija del agua al cabo del intenso ejercicio. Sus protectores humanos los sueltan y los dejan celebrar mientras, por su parte, sostienen agradable tertulia o siguen el respectivo partido de fútbol en el televisor.
Ese es uno de los cuadros de costumbres de esta gente de Medellín, que sabe hacer pausas refrescantes para practicar el arte amable de la conversación en la compañía de los afectuosos tertulianos perrunos, de los nuevos amigos de Cipión, el protagonista, con Berganza, del que podría ser el capítulo que le quedó faltando a don Miguel de Cervantes en su original Coloquio de los Perros. Todo eso y mucho más pasa con la gente corajuda y simpática de esta ciudad que, por desgracia, alguien está empeñado en desmantelar