Columnistas

“Virginicidios”

25 de octubre de 2016

América Latina se ha levantado contra los feminicidios. Una mujer argentina fue empalada y hasta en Perú se movilizaron para demostrar que ese tipo de atrocidades no pueden repetirse. ¿Por qué Medellín no ha marchado contra los ‘virginicidios’ que madres y violadores pactan por la virginidad de niñas que ni 12 años tienen?

¿Qué pasará en esta cultura donde asuntos tan atroces como el comercio de la virginidad de las niñas se está volviendo común en ciertos barrios, donde inclusive están involucrados familiares cercanos? Aquí, donde muchos se enorgullecen de ser los “mejores” en un montón de cosas (agua potable, alumbrado público, transporte público, Plan de Desarrollo Municipal y Departamental 2016, innovación y un largo etcétera que infla pechos) no echan de ver que también es la sociedad más miserable que sabe y permite que cientos de niñas sean comercializadas por propios y extraños.

Aunque las alarmas están prendidas en la ciudad, las acciones son insuficientes. El Parque Lleras está presentando una problemática bastante compleja: fue muy famoso en otro tiempo, y por eso ahora muchas personas de afuera lo ven como el lugar privilegiado para conseguir sexo y drogas.

El problema tiene que visibilizarse más para que los hombres y las mujeres que pueden intervenir, crean las historias cuando las niñas las cuentan. Y lo digo porque una de las quejas más frecuente entre las víctimas es la incredulidad o indiferencia de quienes las oyen. A muchas, inclusive, las culpan: “quién sabe cómo iba vestida”, “eso fue que se lo buscó”, “quién sabe qué hizo la muchachita”.

La bogotana Patricia Rodríguez Reyes ha escrito una novela de la que pocos quieren hablar: “Virginidades vendidas”. Dice que no le fue difícil conseguir la historia pues “no es un fenómeno tan extraño”. Esa sola respuesta ya debería paralizar el corazón de cualquiera (y de cualquier sociedad que tenga corazón); pero más trágico es oír a la misma autora, en una entrevista en UN Radio, reflexionando sobre la forma tan dura como la sociedad juzga a las madres que lo hacen, pues si bien es cierto que algunas son proxenetas, otras, dice la novelista, viven en una condición social tan miserable, que llegan al extremo que parece mejor sacrificar la vida de una de las hijas, por el resto. ¿A qué punto hemos llegado?.