Columnistas

Volver a la bicicleta

21 de abril de 2016

Estoy seguro de que muchos de ustedes recuerdan cómo era la primera bicicleta que tuvieron. Es más, no dudo que aún estén patentes los recuerdos de esa primera vez que lograron sostenerse solos en dos ruedas, el viento de frente, el pedaleo que hacía todo lo posible para que el cuerpo no fuera atraído por la gravedad y luego, la inevitable caída, el cuerpo sobre el asfalto, el insignificante raspón en las rodillas o en las palmas de las manos, pero el deseo enorme de volver a intentarlo hasta sentir que es posible una vida sin bajarse de la bicicleta.

Todo niño desea con ansias una bicicleta, creo que es un primer acercamiento a la libertad, es empezar a descubrir que encima de ella la cuadra del barrio, que parecía inmensa, se vuelve una pista insignificante, un espacio apenas para los aprendices. Con el tiempo, el deseo de la fuga aumenta, ya no es suficiente subir y bajar la misma calle, es necesario cruzar los límites establecidos por los padres, batir el récord de velocidad y dar la vuelta manzana sin ser descubierto por esas miradas adultas que creen que a los hijos no les pasa nada si ellos los ven.

La bicicleta forma parte de la historia de cada uno de nosotros, lo curioso es que ese medio de transporte, que parecía suficiente en aquel momento, deja de serlo cuando crecemos y nos da por pensar que una bicicleta es un simple juego de niños. El asunto es que hoy, ante los problemas ambientales y de movilidad que sufrimos, la bicicleta debería volver a ser ese medio importantísimo de transporte, como lo fue en sus orígenes, y los entes gubernamentales deberían hacer todo lo posible para que así sea.

Sin lugar a dudas, la bicicleta podría salvarnos del caos moderno. Hay que hacer realidad el mito de que la vida es también posible en una bicicleta, que en una ciudad tan pequeña como la nuestra, una cicla es suficiente para llegar a donde se quiera, solo se necesitan las ganas de no perder el tiempo en esos enormes trancones que día a día se parecen más a los de Bogotá.

Me atrevo a pensar que la mayoría de hogares tienen al menos una bicicleta, muy especialmente aquellos que tienen uno o dos carros, si mi cálculo resulta correcto, no estaría mal que hicieran el intento de ir al trabajo o a la universidad en bicicleta, al menos uno o dos días por semana, para empezar; algo bueno, con seguridad, empezará a cambiar en esas vidas y en las dinámicas de nuestra ciudad que desea que existan más personas dispuestas a hacer parte de la solución.

En Medellín estamos en mora de hacer un día solo de bicicletas y caminantes, estamos en mora de darnos cuenta de que la vida sí es posible en dos pies o en dos ruedas para que nuestros sueños, al menos, duren un poco más.