Columnistas

¿Y si lo intentamos?

16 de octubre de 2016

¿Conoce usted a alguien que no admite ser cuestionado por nada ni por nadie? ¿Que se cree dueño de la verdad y la defiende con garras y dientes, agregándole, ya entrados en gastos, uno que otro insulto dirigido a quien se atreva a refutarla? ¿Que trata de imponer sus creencias y demerita con vehemencia las de los demás? ¿Que nada lo mueve de sus convicciones y parece tener una clave de seguridad en el cerebro que no le permite abrirse a ideas diferentes? ¿Lo ha sacado del llavero de los afectos por no comulgar con sus creencias? ¿Lo ha ridiculizado por pensar distinto? ¿Tratando de exaltar sus ideas ha reducido las suyas y las ha pisoteado como si se tratara de una infeliz cucaracha? ¿Ha sentido que esa persona solo con su aliento ya intoxica? Si respondió sí al menos a dos de las preguntas iniciales, ¡cuidado! Usted está en riesgo de caer en las fauces de un fanático y ser devorado en cuestión de 3, 2, 1... ¡Glurp! Ya estuvo.

Colombia es un país de fanáticos intransigentes, está más que comprobado. Y no me refiero solamente al fanatismo religioso, que con el político compite por el primer puesto en la categoría de los más enardecidos. También están los de los equipos de fútbol, los defensores recalcitrantes de animales, los ambientalistas y otros “istas” que con cierta frecuencia defienden posturas a veces irracionales. Además de los problemas que nos son tan propios y tan conocidos, también sufrimos de obsesión, discriminación, intolerancia, maniqueísmo y otras piedras de un collar que se revienta cada tanto y nos pone la vida a cuadritos todo el tiempo.

Pero si por aquí llueve, en el mundo diluvia.

Adrián Hinojosa es un niño español de ocho años que sufre de cáncer y que cuando crezca, si su enfermedad se lo permite, quiere ser torero. El pasado 8 de octubre se celebró en la plaza de toros de Valencia un festival taurino benéfico a favor de la Fundación Oncohematología Infantil. Mientras Adrián era sacado en hombros por los asistentes una mujer, antitaurina extrema, escribió en su cuenta de Twitter: “Que se muera. Que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Anda yaaaaa! (Sic) Adrián, vas a morir”. El comentario alentó a otros de la misma secta, pero también generó muchas respuestas de apoyo al pequeño Adrián, a las que nos unimos.

Este artículo no se ocupa de discutir si la tauromaquia es arte, tradición, cultura o barbarie, pero sí del fanatismo extremo y sus militantes, que pierden cualquier vestigio de solidaridad y sensibilidad para convertirse en una masa asqueante de miseria humana.

En Colombia lo vivimos también, y no por una sino por múltiples causas: los fanáticos del fútbol que se han enfrentado hasta morir, pan de cada día; cientos de muertos por intolerancia de toda clase, y suena contradictorio pero hoy también somos enemigos por la paz, esquiva ella, que en vez de unirnos insiste en separarnos: Amigos que ahora se detestan, afectos borrados del mapa por cuenta de un voto declarado y un resentimiento recurrente que se alimenta con descalificativos de lado y lado. Tan incomprensible como inaceptable.

¿Y si respiramos profundo? ¿Y si nos damos una tregua? ¿Y si deponemos las armas? ¿Y si desarmamos la palabra? ¿Y si lo intentamos, de veras?.