Columnistas

“... ¿Y ustedes quién dicen que soy yo? ...”

10 de octubre de 2015

Iniciamos una de las semanas anteriores con una pregunta muy clara y directa de Jesús: “¿y vosotros quién decís que soy yo?”. Afortunadamente vamos progresando en el conocimiento y calidad de la respuesta, gracias a la reflexión y el discernimiento sobre los evangelios y sobre nuestra propia realidad.

Pero añade a continuación: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.

El martes 15 de septiembre se celebró el Día de la Santa Cruz y hemos comprendido, claramente, que lo que salva no es la cruz sino el crucificado y no tanto su muerte, como su vida y muy especialmente la fidelidad absoluta de Jesús al Padre, a quien nunca le falló; por ello, ni un minuto de su vida dejó de estar volcado hacia los otros. En consecuencia, queda muy claro cuál es la cruz que hay que tomar para seguir a Jesús: dejar de poner el interés personal como primer y único criterio para nuestras decisiones (negarse a sí mismo) y volcarse a los demás sin límite y sin reservas. Tarea bien difícil y de mucho compromiso.

Desafortunadamente estamos viendo cómo el mundo de hoy se olvida de esto. El drama de los refugiados no puede ser más trágico. Los gobiernos piensan en ellos, en sus ideologías y en sus ambiciones y miran con inexplicable desinterés, cómo multitudes desesperadas se lanzan por caminos azarosos y tremendamente peligrosos, arriesgando sus vidas y las de sus familias, con tal de poder escapar de unas condiciones difíciles, si no imposibles, de soportar. Nuestros compatriotas salen expulsados o temerosos por lo que podría sucederles si permanecen donde estaban. El drama de los refugiados sirios o africanos supera, por su magnitud, todo lo que hubiéramos podido imaginar. Da tristeza mirar cómo se ha echado al olvido aquel gran principio universal establecido hace casi 3000 años y en el que coincidían las grandes religiones vigentes en ese momento: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

En medio de todos estos dramas hemos presenciado también conmovedores gestos de solidaridad y acogida, signos de que el horizonte de la humanidad prevalece y que, en medio del horror, hay campo para la práctica del amor.

Todo esto cuestiona duramente la conciencia. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI y en un mundo que se dice altamente civilizado, se presenten estas situaciones y se pisotee de manera tan descarada la dignidad humana? ¿Qué está pasando con los seres humanos? ¿Para dónde vamos? ¿Para qué sirven tantos organismos que se dicen creados para proteger a los débiles y a los que ven pisoteados sus derechos más elementales?

Es necesario pedirle a Jesús que nos enseñe a cumplir dicho mandato con la perfección con la que él lo cumplió, que no permita que nuestro corazón se endurezca ante el dolor ajeno y que nos dé sus luces para buscar las soluciones más adecuadas a tantas crisis humanitarias como tenemos hoy. Una mirada desprevenida a lo que hace y la forma en que lo hace el Papa Francisco podría darnos pista para el camino.