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YO SOY LA VID VERDADERA

30 de abril de 2018

Estas palabras (Juan 15, 1-8) tienen como trasfondo la alegoría de la viña con la que el profeta Isaías (5, 1-7) había representado a Israel. Jesús la evoca para exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él.

La expresión “Yo soy” (“...la luz del mundo”, “...la puerta”, “...el buen pastor”, “...la resurrección y la vida”, “...el camino, la verdad y la vida”, “...el pan de vida”, “...la vid”, “...el que habla contigo”, “...cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, sabrán que Yo soy”, o simplemente “Yo soy” -como les responde a quienes llegan a apresarlo-) nos refiere al nombre con el que se había revelado Dios a Moisés: “Yahvé”, que significa “Yo soy” (Éxodo 3, 14).

Lo que Dios es y cómo actúa lo expresan las imágenes del viñador que cuida la planta que sembró, y de la vid verdadera con la cual Jesús se identifica al prometer que quienes permanezcan unidos a Él como las ramas al tronco, darán mucho fruto.

Les dice que al que lleva fruto lo limpia -o lo poda- para que dé más fruto, queriendo decir que debemos estar dispuestos a experiencias de purificación de lo que nos impide producir buenos frutos: los resultantes de permanecer con Él, cumpliendo el mandamiento del amor por el cual son reconocidos sus seguidores, como lo manifestaría la Iglesia primitiva (Hechos 9, 31), y como lo recalca la primera carta de Juan (3, 23). “Ya ustedes están limpios por mis palabras”, dice Jesús. En efecto, todo el proceso formativo de sus discípulos ha implicado una purificación inicial, pero esta debe continuar, porque las tendencias desordenadas no desaparecen automáticamente y por ello debemos reforzar la conexión con Él.

Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar en unión con Jesús. Es frecuente la queja de quienes se sienten desatendidos por Dios porque no parece oír sus peticiones. Quienes así se quejan, o no han cumplido la condición que indica Jesús -si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas-, o no han entendido que la oración hecha como es debido nos dispone a pedir y recibir no propiamente lo que nos gusta, sino lo que nos conviene para nuestra vida eterna.