Columnistas

Yo también

06 de noviembre de 2017

Es abuso cuando critica sin piedad, usando palabras hirientes y expresión dura, desde cómo te mueves, cómo miras a los ojos, cómo haces pequeñas cosas que acumulan aquello que define tu universo, hasta tus grandes decisiones. Controla tu forma de hablar, no reconoce que las buenas y las malas palabras son tuyas. Pretende controlar aquello que sale de tu mente y de tu corazón, que articula tu ser, que estructura tus pensamientos, que define quién eres ante los demás. Cuando no podemos hablar libremente, cuando nos da miedo o nos elaboran una especie de guión, no te están ayudando sino te están encerrando tras un muro de silencio. Es abuso y te encierra para que no lo dejes. Sin que te des cuenta poco a poco te secuestra.

Es abuso cuando tienes que callar pero él dispara sus palabras a mansalva. Cuando insulta no es un accidente, ni es que es impulsivo, sino que pretende borrarte adjetivo a adjetivo. Descalifica todo de ti: tu cuerpo, tu alma, tu familia, tus amigos, tus ideas, tus sueños. Tiene un epíteto para cada etapa de tu vida. De repente y sin avisar su boca se llena de violencia y ya no son palabras, son dardos directo hacia ti. Llegas a tener miedo sólo de pensar que articulará una palabra, porque sabes que no tienes escapatoria. No puedes explicar porque te sientes tan pequeña y empiezas a hacer lo imposible por no escucharlas nunca más. En tu mente empiezas a elaborar una narrativa para desmentir lo que él siempre te dice, pero nunca lo logras.

Es abuso cuando llegas a sentir que es inútil defenderte. Prefieres curar tus heridas sola y en silencio a decirle lo mucho que te duele. Te amenaza y chantajea si le cuentas a alguien. Se supone que él es suficiente y que tu vida entera es su secreto. Y lo es. Por eso te aísla, te aleja de las personas que te aman. Te hace sentir que vives en una isla y si tratas de escapar te ahogas.

Es abuso que te mande a cambiar de ropa o a bajar de peso. Que te imponga sus creencias religiosas o te obligue a formar parte de un grupo, de un culto, una iglesia, o hasta un rito. Es abuso que no te permita una opinión política o que la disminuya ante los demás, que minimice tus conclusiones, que pretenda que sus ideas tienen que ser las tuyas.

Es abuso que no permita que lo contradigas. Que no puedas debatir, hasta discutir, decirle cuando algo te molesta, que no tengas derecho a réplica, que tengas que perdonarlo a la primera cuando te ha hecho daño, sin muchas explicaciones, sin entrar en detalles, sin dejarte sanar, sin que tengas la opción de dejarlo porque el simple hecho de que no eres feliz bajo su yugo.

Es abuso que te exija que seas buena en cosas de la casa porque eso le toca a la mujer. Que no reconozca tus derechos como individuo, tu espacio, tu libertad. Que pretenda controlar tus metas o darte permiso para ser quien eres.

Es abuso que pretenda que en el sexo no mereces placer o que importa menos, que demonice tu pasado, que te exija no tener una historia o borrarla para instalarse él como el único recuerdo, el único cuento en tu vida. Que anule tu derecho a decidir, cuándo, dónde, cómo hacen el amor y si es que lo hacen. Es abuso que te obligue así no opongas resistencia física. Hacer algo que no quieres. Que él sabe perfectamente que no quieres. Es abuso. Es el peor abuso.

Es abuso que tire cosas. Que te golpee moralmente aunque te saque en cara que nunca te ha levantado la mano. Que te grite. Te humille. Que no haya compromiso sino chantaje y manipulación. Que te dé siempre donde más te duele en cualquier tono de voz aunque diga que lo hace por tu bien. Cuando algo te duele ya no hay bien que valga.

Es abuso cuando no busca compañía sino control, no deja que vivas tu vida sino la que él define como tuya.

Es abuso que padecen millones en silencio, nuestra cultura lo acepta o lo tapa y llegamos a pensar que no hay salida. Lo sé porque lo viví yo también.