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La cuidadora del zoológico

Marta Yarce cuida a los monos aulladores, los paujiles, algunos loros y a los pavos reales que tienen menos de un mes. Su trabajo pasa por limpiar, alimentar y dar amor.

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Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.

04 de mayo de 2016

Marta Yarce recuerda que Benito era un mono aullador que le zampaba abrazos. Cuando llegó al zoológico tenía 15 días de nacido y era una miniatura que apenas le cabía en la mano. Ella lo recibió, le dio tetero y le sirvió incluso de mamá canguro. Benito era, empieza a decir y hace una pausa, grande y noble. Desde chiquito solo le gustaban las ramas.

El mono volvió a la selva el año pasado, como parte del Programa de conservación, rehabilitación y reintroducción del mono aullador rojo del zoológico Santa Fe.

Se fue en compañía de Gamina, otra mona que Marta cuidó desde pequeña y que llegó con un hueco en la boca por el que se le salía la comida. Su estado era tan deplorable que para hacerle los tratamientos debían tener paciencia. De lo mal que la trataron sus dueños de antes se volvió asustadiza y convulsionaba.

El día que se fueron, Marta lloró de la felicidad y de la tristeza, al mismo tiempo. No porque no sea feliz de que vuelvan al bosque. Por supuesto que se alegra de su libertad y de que puedan reproducirse y estar en el lugar del que nunca debieron salir. No es eso, sino la sensación –inexplicable dice– de los hijos que se van: marchan esos bebés que ha visto crecer. “Benito era un macho muy lindo que llegó chiquito, y emociona verlo tan grande”. Se van recuperados y listos para enfrentar el bosque.

Marta es la cuidadora de los monos aulladores que llegan al zoológico por tráfico de fauna silvestre, la mayoría de veces. También cuida paujiles, a unas loras cabeciazul, a las carisucias –así llama a unos loritos verdes– y a un grisón que está en cuarentena. Además se encarga de las incubadoras, cuando hay que ponerle cuidado a la temperatura de los huevos. Cerca a la jaula de los monos aulladores hay una pequeña de pavos reales recién nacidos que parecen pollitos cafés. “Si vieras, ya abren la colita”. A esos también los quiere. “Lo primordial con los pavos reales es el agua fresca”.

La rutina

Marta llega a las 7:00 de la mañana. Cuando entra a ese lugar al que no va el público, y después de un camino que tiene árboles a lado y lado, lo primero que hace, sin cambiarse siquiera, es contar los animales y mirarlos. Los conoce tanto que sabe si amanecieron bien o están raros, enfermos.

Se cambia y entra a limpiar. Con los monos es difícil, porque le cogen el cepillo y a veces, cuando ya tiene los residuos recogidos en el recogedor, los tiran como confeti. Luego recoge las vasijas, las lava, y desinfecta el lugar. A los monos les da la leche, por ahí a las nueve la fruta, que se repite a las 2:00. Antes de irse les ofrece yogur o leche y durante el día compota para mimarlos. “A veces se van a los árboles y yo saco la compota y los llamo y ahí mismo bajan”.

Con cada animal tiene una rutina. A las 8:00 los paujiles reciben la fruta, a las 2:00 el maíz con concentrado y a las 3:30 más fruta y recoge los residuos para que no les quede nada a las ratas. El control contra la plaga es fundamental.

El agua fresca es muy importante para todos y la limpieza en general.

También hay momentos de prioridades. Cuando tiene bebés, ellos van primero. Con los monos, por ejemplo, a veces debe ser mamá canguro o darles leche cada dos horas. Cuando cumplen dos meses, los pasa a una jaula en el día para que puedan usar la cola, pero de noche se quedan en la pequeña casa blanca, por la calefacción.

Aunque Marta quiere a todos sus animales –y cuida cada detalle, que la comida esté perfecta y la temperatura exacta–, y les tiene mucho respeto, hay un poquito más de amor por los aulladores, o por lo menos de ellos habla más. Quizá porque son más cariñosos y se los sabe de memoria. “Son como humanos, muy tiernos”.

Ella les pone nombres, para identificarlos, y tal vez es la única que sabe diferenciarlos sin mirarlos mucho: que el pelo así, la cara así, la nariz así, la mancha asá. Tarzán es el que da más besos, Carito la que llegó con un problema en la cola, Sofi es la más chiquita, Milo el que heredó el nombre de un pasante que se llamaba Camilo, Toribío no se deja cargar, solo le da la mano, y Tarzán, otra vez habla de Tarzán, es el más tierno. De todos tiene una historia. Por supuesto también de los paujiles: que esa piedrita que lleva en la boca es para cortejar a la hembra, porque esta época es para conquistar.

Cuando los aulladores llegan entran a un proceso de rehabilitación. En las jaulas 1 y 2 están tan pronto llegan, se acostumbran y aprenden los primeros pasos para alistarse a volver a la selva. Igual mientras necesiten calefacción al dormir y cuidados especiales.

En ese momento, Marta está en el paraíso, porque puede consentirlos y hasta llamarlos “mi niño lindo o mis bebés”. Luego pasan a una jaula donde están más alejados de los humanos y las condiciones son más cercanas a la selva.

Ahí debe ser fuerte, incluso si se le parte el corazón. Nada de cariños, ni siquiera si con la expresión de la cara siente que le preguntan qué pasó con la señora cariñosa. Todo sea por su bien: que no quieran a los humanos y así cuando estén en el bosque no se les acerquen ni por equivocación.

Hora de irse

A veces a Marta la ven conversando. Con quién habla Marta, preguntan, y Marta está hablando con los monos. Conversaciones completas. “Yo entro allá y me despeinan, me abrazan. Me mantienen poposiada. A veces me toca cambiarme cuatro veces al día”. Y se ríe. Pura felicidad. Por eso si a las 4:00 no ha salido, no importa, primero sus animales, que queden listos para la noche. En las mañanas, todavía en su casa, si está lloviendo y siente una pizca de pereza, se le va cuando piensa que sus muchachos la están esperando.

La vida en el zoológico es por puro amor.