Lunares deben estar bajo la lupa
Protegerse del sol desde la infancia y prestar atención a los cambios en la apariencia de los lunares es clave para prevenir el cáncer de piel.
Símbolo de complejo, motivo de seducción, de indiferencia o de orgullo familiar, lo cierto es que los lunares son marcas de identidad que requieren ser conocidas y vigiladas a lo largo de la vida, una disciplina que no es tan obvia si se considera que la piel es el órgano más extenso del cuerpo humano.
Los lunares son resultado de una acumulación de melanocitos, las células que le dan la coloración a la piel (generan la melanina), suelen crearse en la formación embrionaria, aunque otros aparecen durante la infancia y la adolescencia, sin que esto implique motivo de alarma. Los hay rojos, negros, cafés, blancos, todos ellos tonos normales mientras no presenten modificaciones visibles en corto tiempo.
Desde el punto de vista científico, los lunares se consideran tumores benignos, hasta que dejan de serlo y se convierten en melanomas, como se denomina un tipo de cáncer de piel. Y ¿cuál es la causa para que esto suceda? Según la dermatóloga Tatiana González Álvarez, “el único factor demostrado en la aparición del melanoma es la excesiva exposición al sol. De hecho, se considera que el 80 % de los melanomas aparecen por exposición solar y el 20 % restante por factores genéticos, entre otras razones”.
El sol de la vida
Basta saber que en los primeros 20 años se recibe el 80 % de la exposición solar de la vida de una persona para dimensionar lo importantes que resultan los cuidados en la infancia y la adolescencia. Una historia personal de quemaduras solares, así sea “solo” el enrojecimiento de la piel, sumado a la exposición intermitente a la luz solar en la infancia (por ejemplo en vacaciones) se consideran factores de riesgo importantes para el cáncer de piel. Y con mayor razón si se añade el uso de cámaras bronceadoras, que tienen los mismos efectos de la exposición a los rayos del sol.
Desde la subespecialidad en lunares y detección temprana del cáncer de piel, la dermatóloga Tatiana González comenta que de la misma manera como se hacen campañas de prevención del cáncer de seno, de próstata y de otras enfermedades, “deberían promoverse estrategias de prevención como la protección de los rayos solares y la autoobservación de la piel de manera rutinaria y rigurosa, al menos una vez al mes, incluyendo las palmas de las manos y las plantas de los pies, para detectar la aparición y cambios en lunares y manchas”.
La noticia que no resulta tan alentadora es que, en general, cuando las personas acuden al dermatólogo por alteraciones visibles de los lunares, ya ha pasado mucho tiempo y el melanoma se encuentra avanzado. Entre las razones para que la consulta no sea oportuna, se identifican argumentos como que el melanoma es un cáncer que no presenta síntomas, que no existe conciencia sobre la revisión rutinaria de la piel, que la consulta dermatológica se asume como un “asunto estético” de poca relevancia, y que hay zonas del cuerpo que rara vez se revisan. Esto, sumado a la dificultad de acceder a un especialista por diversas razones.
La ciencia avanza
Cuando es detectado a tiempo, el melanoma puede ser curable, se resuelve con la resección de la zona afectada por medio de cirugía. Cuando la enfermedad se encuentra en estado avanzado puede comprometer los ganglios linfáticos (ubicados en cuello, ingle, axilas), extenderse a otros órganos y causar la muerte. Al respecto, el dermatólogo oncólogo Guillermo Jiménez Calfat, menciona que durante un largo tiempo no hubo mayor avance en este campo de la dermatología oncológica, “antes, un diagnóstico de melanoma con metástasis era mortal, se consideraba una sobrevida de pocos meses. Por fortuna, en los últimos diez años se han realizado avances significativos en el tratamiento de melanomas en estados avanzados, que incluyen tratamientos sistémicos de inmunoterapia y terapias dirigidas que atacan directamente el ciclo celular defectuoso”. Esto significa una mayor esperanza de vida para quienes han sido diagnosticados con cáncer de piel.
Desde su experiencia y con la complejidad de casos que recibe el dermatólogo oncólogo Guillermo Jiménez Calfat, insiste en que la protección solar desde la infancia es la mejor herramienta para prevenir el cáncer de piel. Esto se traduce en hábitos sencillos, como usar gorros que cubran la cabeza, el cuello y el rostro, camisas de manga larga y de solapa, trajes con protección UV mientras se está en el agua y aplicarse bloqueador en las zonas que queden expuestas al sol, sin olvidar el pecho, el dorso de las manos, las orejas y el empeine