Más de 65% de adultos de Colombia tiene problemas de obesidad
La cifra preocupa a la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo, que reclama políticas públicas, entornos saludables y tratamientos seguros basados en evidencia.
Periodista de medio ambiente. He trabajado en medios como El Mundo (España), El Espectador, Cromos, Arcadia y Canal Trece.
En cualquier barrio de Colombia, basta con entrar a una tienda para comprobar la paradoja: las bebidas azucaradas y los paquetes ultraprocesados cuestan menos que una fruta o una verdura fresca.
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Y esa escena cotidiana no es un detalle menor, es el reflejo de un entorno que empuja a millones de personas hacia hábitos poco saludables; y de un problema que desde hace rato dejó de ser estético para convertirse en una enfermedad reconocida: la obesidad, pues ya sea crónica, multifactorial y de consecuencias graves, hoy afecta a más del 65 % de los adultos en el país, según la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo (ACE).
Las cifras globales confirman la magnitud del fenómeno. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2022 una de cada ocho personas vivía con obesidad. Ese mismo año, 2.500 millones de adultos tenían sobrepeso y 890 millones ya eran obesos, lo que significa que el 43 % de la población adulta presentaba exceso de peso y el 16 % obesidad.
El riesgo de las falsas soluciones
Ahora bien, el aumento sostenido de casos ha alimentado la proliferación de productos, dietas extremas y procedimientos no regulados que prometen resultados inmediatos. Sin embargo, los especialistas insisten en que no existen fórmulas mágicas. “Las que circulan en redes y medios no solo son ineficaces, representan un riesgo real para la salud pública, porque desvían la atención de lo necesario: políticas sólidas, intervenciones clínicas y apoyo comunitario”, advirtió a EL COLOMBIANO el doctor John Duque, coordinador del Comité de Obesidad de la ACE.
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Por su parte, en conversación con este mismo medio, el doctor José Luis Torres, presidente de la Asociación, complementa: “La obesidad no puede reducirse a estética ni a voluntad individual. Es una enfermedad crónica que requiere médicos con experiencia, nutricionistas, psicólogos, especialistas en actividad física y un plan integral de largo plazo”. En su opinión, el verdadero peligro surge cuando, en medio de la desesperación, los pacientes terminan confiando en personas sin formación, poniendo en riesgo su integridad física y mental.
Pues las consecuencias de estas prácticas pueden ir desde alteraciones hormonales y daños en órganos vitales hasta afectaciones emocionales que refuerzan el estigma. Además, retrasan la búsqueda de ayuda profesional y prolongan la exposición a comorbilidades graves, ya que la obesidad es un factor de riesgo para más de 200 enfermedades, entre ellas diabetes tipo 2, hipertensión, apnea del sueño y varios tipos de cáncer.
Qué sí funciona: evidencia y abordaje integral
Frente a este panorama, los especialistas recalcan que el manejo debe entenderse como lo que es: una enfermedad crónica y multifactorial. Esto significa diagnósticos individualizados, evaluaciones clínicas que incluyan la composición corporal y un plan terapéutico que combine distintos enfoques.
El punto de partida es la modificación de hábitos de vida: alimentación balanceada, actividad física regular, sueño reparador y control del estrés. A ello se suman el acompañamiento de médicos especialistas, terapias farmacológicas bajo criterio clínico y, en casos específicos, intervenciones quirúrgicas reguladas y con seguimiento estricto. La piedra angular es que todas estas medidas se integren y se mantengan en el tiempo para evitar que se vuelva a ganar el peso perdido.
La ACE también plantea que el reto no es solo individual, sino colectivo. Políticas públicas robustas —como el etiquetado frontal de alimentos, impuestos a ultraprocesados, entornos escolares saludables y el rediseño de ciudades que favorezcan la movilidad activa— son herramientas necesarias para modificar el entorno. Incluso pérdidas de peso modestas pero sostenidas han demostrado beneficios clínicos, aunque sin cambios estructurales la tendencia seguirá en ascenso. En palabras de Torres: “Estamos ante una pandemia global silenciosa que deteriora la calidad de vida y compromete la economía. Sin una estrategia seria, integral y sostenida, seguiremos atrapados en un círculo de falsas promesas y altos costos sanitarios”.