Maranhao se viste de colores
Maranhao, en el nordeste de Brasil, es un destino con maravillas como las dunas de los ‘lençois maranhenses’. Su capital, San Luis, se está abriendo al turismo mundial.
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La naturaleza pintó los lençois maranhenses con los colores de la bandera brasileña: el amarillo es el de las dunas de arena; el verde tiñe las cerca de 22.000 lagunas de este parque natural del nordeste de Brasil y el azul lo pone el cielo en el que esta tarde se asoman unas pocas nubes blancas.
Lençoi quiere decir ‘sábana’ en portugués. El nombre es muy apropiado porque alrededor de este pequeño cuerpo de agua —la Laguna de la Paz— donde ahora se bañan unos 20 turistas se extiende un manto de arena que parece interminable.
El Parque Nacional de los Lençois Maranhenses no es un desierto más. Ubicado en el litoral oriental del estado de Maranhao, mide 155.000 hectáreas y tiene la particularidad de que recibe 300 veces más lluvia que el desierto del Sahara. Esto hace que las aguas aprisionadas entre las dunas formen oasis que se convierten en una atracción irresistible para quienes caminan por aquí.
Alrededor del mediodía es necesario usar zapatos de suela de caucho grueso que impida que las plantas de los pies se quemen, sin embargo, ahora es algo más de las 3:00 de la tarde y la arena ya está tibia como para andar descalzo. Esta es una buena hora para venir a los lençois desde Barreirinhas, el municipio que es la puerta de entrada a este destino al que, además de turistas brasileños, vienen principalmente visitantes japoneses y europeos. Juan Manuel Pitacco nació en Buenos Aires y es guía de turismo en Maranhao. Lleva casi 12 años viviendo en San Luis, la capital del estado.
En temporada alta, entre junio y septiembre, viene al Parque Nacional de los Lençois Maranhenses hasta tres veces por semana. “Este destino es bastante desconocido, poco divulgado”, afirma este argentino que estudia francés y habla inglés, portugués e italiano.
“Este es el único desierto del planeta con agua dulce. Es un desierto de dunas donde se forman miles de lagunas en la estación de lluvias. El subsuelo acumula agua y cuando alcanza su máximo nivel y no puede filtrarla más brotan estos manantiales”, explica Juan Manuel, quien se refiere al origen de esta formación geológica, que se remonta a un proceso que se ha desarrollado desde hace dos millones de años.
Asegura que los lençois se crearon con la ruptura de Gondwana, cuando se separaron África y América del Sur. “Luego el movimiento de las mareas y los vientos incesantes transportaron la arena para extender el área del parque”, cuenta.
Juan Manuel no olvida la primera vez que llegó a los lençois. “Yo vine como intérprete, acompañando a un guía local. Tuve una sensación de sorpresa, de alucinación, como les sucede a la gran mayoría de las personas. Sentí que era más turista que mis propios clientes”, recuerda. Esa primera impresión ha dado paso a una experiencia muy abultada que le ha permitido venir hasta aquí para pasar varias noches bajo las estrellas y hacer caminatas de cuatro días recorriendo el parque con viajeros de todo el mundo.
Juan Manuel es un guía ideal para conocer los lençois más allá de la Laguna Verde, una de las primeras que se encuentran pocos minutos después de haber escalado la primera duna al pie de la cual los vehículos 4x4 dejan a los visitantes. Más al norte está la Laguna de la Paz y aún más lejos, a unos 20 minutos a pie, es posible llegar a la Laguna de los Peces.
Luego de un baño refrescante en la Laguna de la Paz los pies se hunden suavemente en la arena y reciben un masaje con cada paso que dan. Se siente el viento en la cara y al frente el sol se acuesta poco a poco sobre el horizonte.
La laguna queda en el fondo de una duna tan alta como un edificio de seis pisos. Se desciende en cámara lenta por una pendiente de 45 grados gracias a que la arena frena las pisadas. En la superficie del agua nadan unos peces verdes pequeños llamados piabinhas que hacen pedicure gratuito a quienes meten los pies en el agua.
Luego de sentir el cosquilleo de los peces en los dedos de los pies se emprende el regreso. Hay que trepar por la duna, lo que es aconsejable hacer en zig-zag. Al alcanzar la cima el camino de vuelta se ilumina con los tonos naranjas del sol. Basta dirigir la mirada hacia el occidente para contemplar un atardecer imborrable.
Este paseo a los grandes lençois se complementa al día siguiente con una visita a los pequeños lençois. Esta vez, en lugar de las casi cuatro horas de viaje por tierra entre San Luis y Barreirinhas, la ruta obliga a tomar una lancha que recorre 40 kilómetros desde Barreirinhas hasta Caburé por una red de canales curvos de los ríos Burití y Preguiças.