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“Yo afán no tengo”: así es el misterioso Camilo Cifuentes, el influencer que le regala plata a la gente

Sin mostrar su cara, este joven se ha convertido en un fenómeno digital. Su estrategia consiste en dejar que otros sean los protagonistas de sus videos: pequeños vendedores, emprendedores callejeros y personas en dificultad.

13 de septiembre de 2025

“Los protagonistas son las personas, no yo”. Con esa frase, repetida con calma en la única entrevista que ha concedido a un medio de comunicación, el influencer Camilo Cifuentes resume la filosofía que lo ha convertido en uno de los creadores de contenido más enigmáticos y populares del país.

Mientras cientos de personalidades de internet centran su narrativa en la exposición personal y la búsqueda de fama, él eligió el camino contrario: nunca muestra su rostro, evita hablar de su vida privada y construyó un personaje digital que se escuda en el anonimato.

El fenómeno es masivo. En TikTok, su plataforma principal y donde se le conoce como @camilocifuentes96, acumula 8,9 millones de seguidores. Sus cinco videos más recientes están entre los 6 y 12,7 millones de visualizaciones, con un promedio de 20.000 comentarios y alrededor de 1,5 millones de likes. No se trata de producciones elaboradas con equipos de filmación ni guiones: el éxito radica en una fórmula sencilla y constante.

Cifuentes recorre las calles de Medellín, Bogotá y Manizales, se acerca a pequeños comerciantes y vendedores informales, compra cantidades inusuales de sus productos y luego los regala a personas necesitadas. Todo queda registrado en videos cortos que capturan las reacciones espontáneas de sorpresa, gratitud y emoción.

El lema “yo afán no tengo” se convirtió en su sello. Cada vez que un vendedor le advierte que tardará más de lo normal en preparar su pedido, Cifuentes responde con esa frase, que pasó de ser una expresión coloquial a un eslogan viral.

Es parte de un estilo que privilegia la naturalidad en redes sociales. “Todo es muy espontáneo. Yo no tengo un guion... salgo en la moto a mirar los puesticos, les hago una compra y les monto conversación”, explicó a Telecafé, canal regional que logró entrevistarlo bajo condiciones extraordinarias, pues dice una fuente interna que les pidió firmar una cláusula de confidencialidad y evitó en todo momento mostrar su rostro.

Su popularidad contrasta con su distancia frente a la prensa. EL COLOMBIANO intentó contactarlo en varias ocasiones, pero no aceptó una entrevista. En Manizales, el diario La Patria también buscó entrevistarlo y, cuando parecía que la conversación se concretaría, canceló en el último momento, según contó una fuente de ese diario.

Esa decisión refuerza su mensaje: mantener en segundo plano la identidad del creador para que las miradas se concentren en los protagonistas de cada video. “No quiero darme a relucir, no quiero que me conozcan, no quiero generar fama”, dijo. En tiempos en los que la celebridad digital depende de la exposición personal, su negativa resulta disruptiva y al mismo tiempo estratégica: construyó un mito a partir del anonimato.

El origen de una misión

Pero detrás de esa fachada misteriosa hay un joven con nombre y apellido: Juan Camilo Jurado Cifuentes, de 28 años, nacido en Manizales y estudiante de Tecnología en Mecánica Industrial en el Sena.

Su incursión en redes sociales comenzó hace tres años con videos de humor. “Yo comencé haciendo humor... siempre me llamaron la atención las redes sociales”, recordó. Sin embargo, el giro hacia la solidaridad llegó en un momento personal difícil.

“Una muchacha me escribió por TikTok... me quería aportar 200.000 pesitos para que siguiera con esta labor”, relató en Telecafé. Esa donación fue decisiva: “Ese día estaba triste, no estaba bien económicamente, y esa ayuda de ella hizo que todo surgiera. Le hice dos videos, con una señora de helados y con otro muchacho que vendía galletas... y ese video fue el que detonó todo”. Desde entonces, la dinámica cambió: Cifuentes encontró en la ayuda social un propósito que conectó con millones de usuarios.

El propio creador lo resume en términos de valores familiares: “Yo vengo de una familia muy amorosa, una familia que me ha inculcado muy buenos valores. Ellos siempre me han enseñado que, sin duda, es mejor dar que recibir”.

En su conversación con Telecafé, también destacó los casos que más lo han conmovido. Uno de ellos fue el encuentro con un adulto mayor que vendía flores en Provenza, al sur de Medellín. “Él transmitía un amor, una energía y una conexión muy linda... yo me le acerqué, me dijo que venía desde Santa Elena, y ese día retiramos en el banco y le dimos platica. Antes de irnos, me dio una matica y me dijo: para que se acuerde de mí”. Dice que gracias a la viralidad de ese video lograron recaudar fondos para pagarle diez meses de arriendo y regalarle un televisor con barra de sonido.

Otro caso fue el de una joven que vendía fresas. “Pasó de vender 20 fresas un fin de semana a vender 300 o 350... y cuando volví me dio un abrazo en medio de una fila como de 30 personas para comprar las fresitas”.

También recuerda el arranque de su proyecto con especial emoción. “Todos siempre hemos necesitado una mano... no solamente con dinero, un abrazo o el calor del amor. ¿Por qué no cambiar la vida de miles de personas?”.

Una labor familiar

Pese a la imagen solitaria que proyectan sus videos, Cifuentes no trabaja solo. “Mi equipo de trabajo son cuatro personas: mi mamá, mi hermano, mi novia y yo. Todo es muy espontáneo... salgo en la moto, les hago una compra y les hablo un ratico”, explicó. Su madre, Paula, también presente en la entrevista, relató el orgullo de acompañarlo: “Me siento demasiado orgullosa de Camilo... saber que él está haciendo este tipo de contenido, que es tan bonito, que siempre ha sido parte de nuestra familia, es muy mágico”.

Ese respaldo familiar es la base que le permite sostener la frecuencia de sus publicaciones. En Instagram, donde suma 3,2 millones de seguidores y más de 178 publicaciones, mantiene un ritmo de dos a tres videos semanales. Allí repite un lema que resume la ambición del proyecto: “Tenemos un sueño: cambiar la vida de miles de personas”.

En los últimos meses, varias de sus grabaciones se realizaron en la calle Sucre y en la Playita, en el centro de Medellín. No es casual: su presencia en espacios populares de la ciudad fortalece la conexión con las audiencias locales y lo ubica como una figura cercana a la vida cotidiana de quienes trabajan en la informalidad. Su estilo de conversación con los vendedores transmite familiaridad: “Madre, ¿cómo me le ha ido?” o “Mi niño, ¿cómo están las ventas?”.

Más allá del impacto económico que puedan tener las compras, lo que transmiten esos encuentros es la naturalidad de la interacción. “Yo lo hago con mucho amor porque tener la reacción de ellas es lo que a mí me llena, es lo que me motiva. El dinero es lo de menos, es el amor con que ellos lo reciben”.

¿De dónde sale la plata?

El alcance masivo de sus videos genera también una red de respaldo económico que permite sostener la dinámica. Aunque él insiste en que no se lucra con su trabajo, sí reconoce que depende de los aportes voluntarios. “Lo que ahora hace posible todo son las donaciones de las personas. Eso es lo que me permite a mí hacer videos todos los días”, afirmó.

En plataformas como BuyMeACoffee ya cuenta con más de 2.300 seguidores que han realizado aportes, muchos de ellos acompañados de mensajes que reflejan la emoción que produce su contenido. “Nos has demostrado que la bondad y la compasión pueden cambiar la vida de las personas”, escribió un usuario. Otro le dijo: “Te considero una de las personas con el mejor corazón del mundo y me daría mucho gusto ayudarte aportando con mi granito de arena”.

Esa comunidad trasciende fronteras: en sus perfiles abundan mensajes de seguidores de Italia, México o Estados Unidos, lo que confirma que el fenómeno ha superado las barreras locales para instalarse en un circuito global de solidaridad digital.

Pero el crecimiento de su audiencia lo convirtió también en blanco de estafadores. Cifuentes denunció la existencia de cuentas falsas que descargan y republican sus videos en Facebook, solicitando dinero en su nombre. “Es una pelea todos los días”, advirtió en Telecafé. La situación lo indigna porque va en contra de la esencia de su trabajo. “Da un poquito de tristeza porque yo lo hago sin lucrarme y sin buscar nada a cambio”, afirmó.

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Por eso envió un mensaje directo a los usurpadores: “Esos videos son para inspirar y para motivar, para normalizar el ayudar a alguien. Ayudar no cuesta... no necesitan lucrarse de eso”.

En sus redes abundan testimonios de quienes decidieron imitarlo en pequeña escala. “Camilo, desde que vi sus videos, fui y compré 10 buñuelitos para repartir y no saben lo feliz que fui”, le escribió un seguidor. Ese efecto multiplicador es quizá el impacto más profundo de su propuesta: transformar la solidaridad en una práctica compartida, que no depende de grandes sumas de dinero sino de la disposición a ayudar.

Hacia el futuro, proyecta seguir creciendo y hacer incluso donaciones más grandes. “Yo quiero poder dar negocios, poder dar casitas... que la persona de su chacita de dulces conozca el mar”.

Su discurso, lejos de fórmulas grandilocuentes, insiste en lo esencial. “Háganlo con amor y no esperen nada a cambio”, una frase simple pero poderosa que condensa la ética que guía su trabajo: la solidaridad como un acto que se basta a sí mismo, sin necesidad de reconocimiento ni recompensa.