El amor verdadero no admite divisiones. Se enamora de dos colores, de tres o de uno; pero solo admite espacio para una bandera.

Escribo esto con la tricolor puesta, en un esfuerzo por mostrar amor por el combinado patrio en un día en que una derrota frente a Brasil por eliminatoria parece inminente, un día normal.  Pero el corazón sabe lo que quiere, mi amor está reservado por los dos de los tres colores de la bandera, el rojo y azul son los que realmente le dan sentido a mi amor por la pelota.

De mi traición me enteré un 12 de agosto de 2001. Envuelto en ilusión, gorro de tres puntas, camiseta de campeón de Copa América y bandera nacional como capa entré a oriental con 14 años y  la emoción  de ver por primera vez a la Selección que siempre había alentado a través de la pantalla. Al frente estaban ellos, los míos, los de siempre, los de rojo. Pocos minutos tardé en darme cuenta. Penal a favor del DIM y me levanté de la silla como si se tratara de una tarde más frente al Huila o el Bucaramanga. Atajó Córdoba y desató mi furia. Menos de diez minutos me duró el fervor tricolor, a partir de ese momento fui un hincha del DIM vestido de amarillo, un remedo del “Cole” queriendo ver derrotada a los recientes campeones del continente.

Esa tarde para mí fue victoria doble, 1-1 el marcador final, goles rojos de bando y bando. Serna por los nuestros y Orozco por el equipo de la mayoría. Ambas conquistas poderosas, penalti atajado por Diego Gómez a Aristizabal y yo, consagrando para siempre mi amor por la causa roja, sólo dos colores admitió el corazón, quien ignoró por completo la camiseta que llevaba en el pecho y no supo tener la nobleza de defender el bien mayor, la bandera que nos une a todos.  Porque así es el amor, egoísta y mezquino, rojo y azul aunque quiera que hoy no perdamos por mucho frente a Brasil. Esa tarde, para mí, ganó le ganó el DIM  a la “Sele” por goleada.

@FotosDIM