Antes de que se anuncie el Nobel, suenan campanas: otros premios que le siguen de cerca en prestigio y contribuyen a decantar los nombres de los posibles ganadores. El número de reconocimientos previos no decide el Nobel, pero sí revelan a un candidato en ascenso. Hasta cincuenta años después de cada versión de los premios, no se conoce quiénes estuvieron en la lista oficial de nominados, pero se especula. Y ese rumor llega, antes que nada, a los oídos de los editores. Sigilo es un proyecto argentino fundado en Buenos Aires en 2014 por Maximiliano Papandrea, y con sede en Madrid gracias a Adam Blumenthal, desde 2018. Escuchó el sonido y persiguió la intuición que, con mucha suerte, terminó por llevar los reflectores hacia su catálogo entero: libros de narrativa tan distintos entre sí que no comparten siquiera diseño, pero sí un hilo tenso y oculto, que reacciona ante las conversaciones urgentes de la contemporaneidad y con una sensibilidad que se rinde ante las experiencias vitales de autores que tienen formas únicas de decir.
En Colombia, se conoce especialmente el título Cometierra de Dolores Reyes, coeditado con la editorial bogotana Rey Naranjo. Se trata de un relato con elementos fantásticos y de terror que aborda el tema de los desaparecidos. Sigilo, además, edita al colombiano Juan Cárdenas en Argentina; y a María Luque, Virgina Higa, Salomé Esper, Marcelo Cohen, Jesse Ball, Verónica Gerber, J.A Baker, por mencionar otros más de sus autores. En noviembre de 2024, empezó a publicar a László Krasznahorkai con su libro El último lobo. En octubre de 2025, estratégicamente pensado para que coincidiera con el anuncio del premio, lanzó su otra novela, Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río.
¿Cómo llegaste a tener a un Nobel en el catálogo?
“Me lo ofreció su agente porque se dio cuenta de que no circulaba bien en Argentina. Yo pensé: “wow, este va a ser el Nobel”. Estaba obsesionado: “si gana el Nobel, lo voy a tener. Lo tengo que hacer, sí o sí. Y si no se lo gana, igual para el catálogo es superimportante porque es un escritor de mucho prestigio”. Acá no lo conocía nadie. Y se dio que gana y de repente todo el mundo: “Ah, pero este pibe qué onda, que tiene ese ojo”. En Argentina, algo que pasa —no digo que todo el mundo debería haberlo conocido—, es que no se enteran. La soberbia que hay acá, que creen que saben todo, pero hay un montón de cosas de las que hace mucho tiempo no están enterados. En primer lugar, todo lo que pasa en Latinoamérica. Bueno, sí hay un mérito en haberlo publicado, pero es que hay mucha ventaja porque las editoriales de acá están haciendo su juego y se les están pasando cosas por debajo del radar. Mi gran mérito es estar un poco despierto”.
¿Qué viste en él y de qué manera conecta con la búsqueda de Sigilo?
“A nosotros, tanto a Adam como a mí, nos interesan todas las lenguas. Sigilo es una editorial muy definida por el cosmopolitismo, por una especie de diálogo entre culturas y lenguas. Adam es israelí, especializado en literatura latinoamericana; yo soy argentino, de papá italiano, que ya eso es una herencia, digamos, de cierto extrañamiento. Gran parte del catálogo está marcado no solo por autores de otras lenguas, sino también por autores argentinos que trabajan desde ese cruce.
De otro lado, está el hecho de que es relativamente más fácil publicar a un escritor francés, inglés o norteamericano, pero tener la posibilidad de publicar a un autor húngaro, consagrado, que habla de Europa desde un lugar distinto, contemporáneo, y a la vez con una obra que remite en un montón de sentidos a la tradición de la literatura del siglo XX... Un hombre de letras ambicioso, cuya principal influencia es Kafka, Becket, Bernhard... Era como ponerle un condimento a la ensalada ecléctica que es Sigilo.
Que esté Lazlo, además, es resultado de que uno de los primeros libros de la editorial sea de Marcelo Cohen, y que en el medio esté Juan Cárdenas, y que haya otros libros en el catálogo que no son tan visibles, pero que remiten a una idea bastante amplia de la literatura. En mi formación como lector, una de mis preguntas más persistentes es qué es y qué no es literatura, y ahí el diálogo con Cohen me ayudó muchísimo porque él tenía una mirada muy desprejuiciada, vitalista, por así decirlo. O sea, era un intelectual que conocía profundamente el canon y cuya obra es la integración de distintas tradiciones, pero cuando hablabas con él te podía recomendar una novela policial sin hacer ninguna distinción. En ese sentido, mi mirada del medio argentino es que está muy pautado por los cánones, los prestigios, ciertas herencias. Todo lo que a mí me guía desde el principio, como secretamente, es tratar de poner en cuestión esos presupuestos respecto de la literatura”.
Sigilo da giros todo el tiempo. Publica autoras muy jóvenes, libros que requieren mucho trabajo de edición y que luego se discute si son o no literarios... Lo de László parece también un gesto para contradecir algunas de esas cosas que en el pasado eran riesgo y ahora son tendencia.
“Yo me formé en una época en que todavía la figura del crítico tenía algún valor; existían los suplementos culturales, la academia tenía una voz en lo que se leía. Supongo que todas las literaturas son un poco así, pero la argentina es una tensión permanente entre posicionamientos y discusiones respecto al canon. Además, tenemos figuras muy, muy importantes en la literatura del siglo XX.Ahora, cambió mucho el contexto en que nació la editorial y en el que estamos interviniendo hoy. Pasaron más de diez años, y si antes había una escena que respondía a una lógica todavía del siglo pasado, en la que dentro del mercado se dialogaba con las figuras del crítico y del académico, y con la institución del periodismo cultural, en la actualidad el mayor problema es que estamos hablando solamente con el mercado. Mi preocupación es que figuras como Laszlo, por ejemplo, si no tuviera un Nobel, sean leídas. ¿Cómo hacer para que se lea un libro de cien páginas que es una sola frase de principio a fin? ¿Cuál es la ambición de uno? Que la editorial sea tan reconocida y que los lectores confíen tanto como para que, desde la presunción de que vamos a publicar algo valioso, le presten atención”.
Entre los autores del catálogo, hay debutantes y consagrados... ¿la edad, incluso el género, han llegado a ser un criterio de selección?
“A mí me interesa mucho la mirada generacional. A medida que te vas haciendo mayor, es más difícil entender la época en la que estás, porque cuanto más vivís, más recuerdos tenés y más empezás a pensar con tus recuerdos. Terminás aferrado a los juguetes con los que jugaste toda la vida y te perdés de lo que está pasando. Mi interés por renovar la literatura en las diversas generaciones tiene que ver con eso y también con el hecho de darle la posibilidad a un escritor o una escritora de llegar al primer libro y hacer todo lo posible para que eso tenga cierta resonancia. Eso los ayuda a pasar de ser alguien que quiere escribir a alguien que es escritor o escritora y eso es un comienzo de madurez.
Sobre las mujeres, creo que hay una inclinación medio natural que se dio desde el principio, quizá por ese diálogo que tenemos con la contemporaneidad, que muy rápidamente nos dimos cuenta de que la cosa iba para allá entonces empezamos a prestar atención. La literatura argentina estaba dominada por el mundo de los hombres: era muy intelectual, de procedimientos y de operaciones en relación con el canon. Entonces, naturalmente, una zona que a nosotros nos empezó a parecer más viva venía por el lado del mundo de las mujeres. En los últimos años, en los que hay cierta “hegemonía” de la literatura escrita por mujeres, me parece que estoy viendo el agotamiento. Estoy esperando que las nuevas generaciones también estén renovando sus temas.
Hay una pretensión —en mí, por lo menos— de que si cuando encuentro a un autor o una autora es como si se me abriera una ventana, eso le va a pasar a otras personas. Esa es la gran pretensión de ser editor y también la locura. Y, ¿cuál es la base para que eso ocurra? Es el hastío. O sea, publicar otro libro de un escritor que duela a una pareja u otro libro de lo que se siente en un embarazo, si no tenés una mirada interesante, me aburre terriblemente. Aunque se sigan vendiendo los libros, no me importa. A mí me gusta la idea de que viene alguien que tiene una mirada renovadora sobre algo, o visionaria, o que está contando una experiencia distinta, o que te cuenta una historia por primera vez, o que te la cuenta con palabras nuevas. Y ese asombro, esa sensación de que estás en un mundo nuevo aunque sea un mundo chiquito, es lo que me da el entusiasmo de querer publicar, no importa si es un hombre o es una mujer”.
¿Crees que hay lectores que entienden el plan de Sigilo de una manera más panorámica? ¿Alguien logra descifrar el plano general?
“Creo que somos predicadores que, en realidad, no lo hacen tanto respecto del catálogo sino de ciertas ideas que se ponen en circulación en este. Quizás el mensaje no es tan difícil de entender si uno empieza a prestar atención después de 70, 75 libros publicados, y es nuestra idea de que la literatura puede ser muchas cosas. Ese es el corazón de Sigilo.
Para mí no hay nada más importante que los libros, y me gustaría que, con el paso del tiempo, el catálogo fuera reflejando esa diversidad y esa riqueza que son los libros de las vidas de las personas. Si hay un mensaje de fondo, es que los libros nos ayudan a vivir de maneras distintas. Nos ayudan, por ejemplo, a divertirnos, a discutir qué es el arte, qué es la literatura...
Pero así como nos importa eso, también nos importa que los libros formen parte de la vida, que enriquezcan la vida de las personas. Y que nos sirvan para pensar la belleza. Esa idea está en medio de ciertas cosas que a uno le daría mucho pudor decir, pero que yo no las estoy escuchando demasiado”.
Nota: Sigilo está regresando a Colombia gracias a la distribuidora Monte. En las próximas semanas, sus libros estarán disponibles en librerías de Medellín y Bogotá.
