Hay libros que tú lees y recuerdas como si el tiempo fuera incapaz de quitártelos de la memoria, y no hablo solo de la precisión de ciertos detalles de la historia, de algún personaje que se queda, hablo de que hay libros que no solo recuerdas por lo mucho que te divertiste leyéndolos, sino porque casi puedes volver a ver, con un pequeño cerrar de ojos, lo que tomabas mientras pasabas las páginas, la ropa que tenías puesta, la interrupción terrible de algún vecino preguntando si tenías periódicos viejos. Yo recuerdo con estos detalles, y mucho más, la primera vez que leí “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco.
Mi padre recién lo había terminado y lo dejó por ahí como una miga de pan sobre la mesa, yo lo tomé y lo devoré con absoluto placer. Tenía...